ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 14 de enero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 1,21-28

Llegan a Cafarnaúm. Al llegar el sábado entró en la sinagoga y se puso a enseñar. Y quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas. Había precisamente en su sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar: «¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios.» Jesús, entonces, le conminó diciendo: «Cállate y sal de él.» Y agitándole violentamente el espíritu inmundo, dio un fuerte grito y salió de él. Todos quedaron pasmados de tal manera que se preguntaban unos a otros: «¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad! Manda hasta a los espíritus inmundos y le obedecen.» Bien pronto su fama se extendió por todas partes, en toda la región de Galilea.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Con su pequeña comunidad de discípulos, Jesús entra en Cafarnaún, la ciudad más grande de la Galilea de entonces, y la elige como residencia suya y de aquel pequeño grupo de discípulos. No se retira lejos, fuera de la vida ordinaria de los hombres. De hecho, no había venido para salvarse a sí mismo, para realizar su propia perfección personal ni la de un pequeño grupo de elegidos. Al contrario, quería salvar a todos los hombres de la soledad y de la muerte. Por esto se establece precisamente dentro de la ciudad más importante del Norte del país. Aquel pequeño grupo de personas no permanece encerrado en sí mismo, satisfecho de su vida interna. Su mirada –a partir de la del Maestro- se dirigía a la ciudad entera, es más, a toda la región. Es propio de la comunidad cristiana no estar replegada sobre sí misma, sino mirar a la ciudad en su conjunto, viéndola como una sociedad de hombres que el Evangelio debe fermentar de amor. No es que la comunidad cristiana tenga un proyecto suyo que imponer a todos. Es bueno que se respete la diversidad y la pluralidad de las experiencias y de las responsabilidades. Sin embargo, la Iglesia tiene la misión de introducir en el tejido de la vida ciudadana la fuerza del Evangelio, que es la fuerza del amor, de la justicia y de la paz. El evangelista señala que Jesús “al llegar” se dirige a la sinagoga y se pone a enseñar. El primer “servicio” que la Iglesia desarrolla en la ciudad es, precisamente, comunicar el Evangelio. Jesús no retrasa el anuncio, no se para a pensar en cómo se instalaría aquella pequeña comunidad, lo que ciertamente era necesario. No se pierde en la organización. Su más importante preocupación es comunicar el Evangelio. Y lo hace con autoridad, advierte el evangelista. Es para decir que el Evangelio es una palabra exigente, es decir, que pide el cambio del corazón y transforma profundamente a quien lo acoge. Por esto todos los que le escuchaban se quedaban asombrados. Jesús se diferenciaba de los maestros de su tiempo: no decía sólo palabras, quería cambiar la vida de quien le escuchaba. Y de qué tipo era su autoridad lo mostró inmediatamente liberando a un hombre poseído por un espíritu inmundo. El Evangelio es una palabra con autoridad porque no oprime; al contrario, libera a los hombres y las mujeres de los numerosos espíritus malignos que todavía hoy vuelven sus vidas amargas y tristes.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.