ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 6 de febrero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 6,7-13

Y llama a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos. Les ordenó que nada tomasen para el camino, fuera de un bastón: ni pan, ni alforja, ni calderilla en la faja; sino: «Calzados con sandalias y no vistáis dos túnicas.» Y les dijo: «Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta marchar de allí. Si algún lugar no os recibe y no os escuchan, marchaos de allí sacudiendo el polvo de la planta de vuestros pies, en testimonio contra ellos.» Y, yéndose de allí, predicaron que se convirtieran; expulsaban a muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Evangelio describe la primera misión prepascual de los Doce. Jesús les llama y les manda, de dos en dos, por las aldeas vecinas. Podríamos decir que el evangelista nos refiere la primera lección de Jesús sobre la misión. El Señor exhorta a los discípulos (una enseñanza que mantiene su pleno valor todavía hoy), a no vivir para sí mismos y a no permanecer encerrados en los propios pequeños horizontes, sino a ir al encuentro de los hombres, allá donde estén, para anunciarles el Evangelio y para curar sus enfermedades. Es una misión que no tiene fronteras y que pide a los discípulos ir siempre más allá, hasta alcanzar los confines de los corazones y las fronteras más lejanas. Es significativo que el evangelista Marcos, y con él Mateo y Lucas, sitúe en los primeros momentos de la vida pública de Jesús el envío en misión. Nos podríamos preguntar si no hubiera sido conveniente esperar. A menudo se piensa que antes de hablar a los demás de Jesús, de ir a comunicar la alegría de la vida cristiana, se debe crecer, entender todo, estar preparado. Si Jesús hubiera esperado a que los discípulos estuviesen preparados, ¿los habría mandado en misión alguna vez, visto que lo abandonarían justo al final de su vida terrenal? La vida cristiana es misión siempre. Cada comunidad es, por naturaleza y siempre, misionera, so pena de volverse árida e incluso de extinguirse. Hoy, en este tiempo favorable, todos somos llamados a redescubrir la fuerza de la palabra de Jesús, su fuerza de cambio y de curación, ya sea que se viva en países de antigua o de más reciente evangelización. No hay que tener miedo, ni decir “no soy capaz, no me toca a mí, no estoy preparado”, o cosas parecidas. La fuerza de los cristianos está sólo en el Señor: el único equipaje que deben llevar consigo es el Evangelio, la única túnica con la vestirse es la misericordia, el único bastón sobre el que apoyarse la caridad. Además, Jesús no nos envía nunca solos: san Gregorio Magno señala que Jesús les mandó de dos en dos precisamente para que el amor recíproco fuese la primera predicación. Jesús exhorta a los suyos a quedarse con aquellos que les acogen; en cambio, grave será la responsabilidad de aquellos que rechacen el ofrecimiento que se les hace del amor del Señor. Conversión, liberación del mal, curación, es lo que los discípulos de todo lugar están llamados a comunicar y poner en práctica. El Señor, como repetirá antes de subir al cielo, les dará el poder para poder anunciar a todos el Evangelio del Reino inaugurado por él.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.