ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias

Memoria de Jesús crucificado

7 de febrero de 1968: Recuerdo del inicio de la Comunidad de Sant'Egidio. Un grupo de estudiantes de un instituto de Roma empezó a reunirse alrededor del Evangelio y del amor a los pobres. Acción de gracias al Señor por el don de la Comunidad. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 7 de febrero

7 de febrero de 1968: Recuerdo del inicio de la Comunidad de Sant’Egidio. Un grupo de estudiantes de un instituto de Roma empezó a reunirse alrededor del Evangelio y del amor a los pobres. Acción de gracias al Señor por el don de la Comunidad.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 11,25-30

En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Recordamos hoy el aniversario del nacimiento de la Comunidad de Sant’Egidio. La primera palabra es de agradecimiento al Señor. Es más, es el mismo Jesús quien “bendice” al Padre porque el Evangelio ha sido una vez más “revelado a los pequeños”, y no sólo porque la Comunidad nace por iniciativa de un joven estudiante, Andrea Riccardi, sino también porque en la intuición inicial está la conciencia de ser “hijos” del Evangelio, es decir, de formar parte de esos “pequeños” a los que ha sido revelado el misterio mismo de Dios. En ese sentido la Comunidad es sobre todo un don que Dios ha dispensado a sus miembros y, a través de ellos, a la Iglesia entera y al mundo. Y en el corazón de la Comunidad permanece siempre firme una intuición simple y básica: vivir el Evangelio sin añadidos. De hecho es del Evangelio, de la escucha continua de la Palabra de Dios, que nace –y continuamente renace- la Comunidad. La historia de Sant’Egidio no es sólo la del compromiso, sino sobre todo la de la oración, la acogida de la Palabra de Dios, la vida espiritual. Ese gracias de Jesús es hoy el gracias de todos nosotros: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños”. Y a través de los “pequeños” el Evangelio se ha difundido, en lo que se refiere a la vida de la Comunidad, desde Roma al mundo, uniendo siempre la oración y el amor por los pobres. En todo lugar la Comunidad trata de vivir la globalización del amor, que derriba fronteras y divisiones y crea el gran pueblo de los pobres y los humildes, aliados en el ayudarse mutuamente a seguir al Señor. La acción de gracias de hoy es por la gran ayuda recibida del Señor para soportar las fatigas cotidianas, la carga material y espiritual de compromisos, la preocupación por diferentes situaciones. Sin embargo, hemos podido experimentar con alegría la verdad de la palabra del Señor Jesús: “Mi yugo es suave y mi carga ligera”. Lo que puede parecer peso y fatiga es en cambio experiencia de dulzura y suavidad para aquellos que creen y que aman. El tiempo que se abre está repleto de desafíos y de tareas, pero la certeza de la suavidad de la ayuda del Señor nos sostiene a cada uno para vivir con confianza y amor en el camino del Evangelio.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.