ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 8 de febrero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 6,30-34

Los apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y lo que habían enseñado. El, entonces, les dice: «Venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco.» Pues los que iban y venían eran muchos, y no les quedaba tiempo ni para comer. Y se fueron en la barca, aparte, a un lugar solitario. Pero les vieron marcharse y muchos cayeron en cuenta; y fueron allá corriendo, a pie, de todas las ciudades y llegaron antes que ellos. Y al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Los apóstoles vuelven con Jesús y le cuentan lo que han hecho y enseñado. Es hermosa esta imagen, que nos ilustra la familiaridad de los apóstoles con Jesús, y la alegría de poder contarle todo lo que había sucedido. Lucas 10 subraya la alegría de aquellos setenta y dos que Jesús había enviado cuando le cuentan cómo su palabra había derrotado al mal. La misión proporciona alegría: cuando se acepta salir de uno mismo e ir hacia las periferias del mundo –como diría papa Francisco- para comunicar la palabra y la misericordia de Jesús, se experimenta una gran alegría y paz interior. Sin embargo esta alegría debe consolidarse. La fuerza de la palabra de Jesús, que cambia, cura, salva del mal, necesita momentos vividos en compañía de Jesús, de otro modo se queda en un entusiasmo pasajero. ¡Y cuántas veces se entusiasma uno quizá con una iniciativa llevada a buen fin para caer luego en el desánimo! A veces falta la base, los cimientos; falta la linfa que da vida a la acción de los cristianos, y así acaba uno siendo dominado por el momento, las sensaciones, el éxito o el fracaso. Nos exaltamos, y después nos deprimimos o nos desanimamos. Por esto Jesús no se contenta con que las cosas hayan ido bien, y dice a los discípulos: “Venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco”. Ese reposo es el reposo de la escucha y de la oración: “Venid también vosotros aparte” es la invitación cotidiana de Jesús a estar con él. Cuando Jesús “instituye” a los Doce, el grupo de los apóstoles, se dice que en primer lugar debían “estar con él”: “Instituyó Doce, para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios” (Mc 3, 14-15). Estar con Jesús es la primera tarea de quien es llamado a ser su discípulo. Toda iniciativa, aunque sea admirable, si no tiene su fundamento en la escucha y la oración no llevará consigo la fuerza que viene del estar con Jesús. Por ello es necesario preguntarnos cuánto tiempo de nuestras jornadas pasamos con el Señor, en la oración, la meditación de la Palabra de Dios, ante la Eucaristía. La Iglesia nos ofrece tantos modos de “estar con Jesús”, y no debemos decir que nos falta tiempo porque nosotros siempre tenemos tiempo. Sólo aquellos que estan con Él tendrán el pan necesario para dar de comer a la multitud de necesitados de nuestro mundo; de otro modo permanecerán impotentes y sin respuestas.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.