ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 18 de febrero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 8,14-21

Se habían olvidado de tomar panes, y no llevaban consigo en la barca más que un pan. El les hacía esta advertencia: «Abrid los ojos y guardaos de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes.» Ellos hablaban entre sí que no tenían panes. Dándose cuenta, les dice: «¿Por qué estáis hablando de que no tenéis panes? ¿Aún no comprendéis ni entendéis? ¿Es que tenéis la mente embotada? ¿Teniendo ojos no véis y teniendo oídos no oís? ¿No os acordáis de cuando partí los cinco panes para los 5.000? ¿Cuántos canastos llenos de trozos recogisteis?» «Doce», le dicen. «Y cuando partí los siete entre los 4.000, ¿cuántas espuertas llenas de trozos recogisteis?» Le dicen: «Siete.» Y continuó: «¿Aún no entendéis?»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El evangelista nos narra una de las muchas travesías del lago que Jesús hacía con los discípulos, pero esta vez –como queriendo centrar la atención sobre Jesús, verdadero pan de vida-, señala que los discípulos habían olvidado llevar pan suficiente para todos: “No llevaban consigo en la barca más que un pan”. Ese pan, parece que quiera decir Marcos, es Jesús. Pero cuando se es prisionero de uno mismo y de las propias discusiones y quejas, no nos percatamos de él porque nos interesan cosas muy distintas. Y el evangelista indica una discusión surgida entre ellos sobre quién había sido el culpable del olvido. Pero Jesús interviene en el asunto y lo aprovecha para una nueva enseñanza. Ellos piensan que Jesús quería intervenir en sus disputas internas, como si él fuese una especie de analgésico para sus ridículas disputas. El Maestro no baja a su nivel: de hecho no los ha llamado para que permanecieran prisioneros de sus pequeños horizontes o de sus tontas disputas, sino para involucrarles en su sueño de cambiar el mundo, para mostrarles un horizonte de misericordia por las muchedumbres cansadas y dispersas. Y les reprocha: “¿Por qué estáis hablando de que no tenéis panes?” Probablemente los discípulos lo miraron un poco sorprendidos y maravillados, como si estuviese delirando, como nos ocurre a menudo ante las palabras extraordinarias del evangelio. En efecto, todavía no habían entendido: “¿Por qué estáis hablando de que no tenéis panes? ¿Aún no comprendéis ni entendéis? ¿Es que tenéis la mente embotada? ¿Teniendo ojos no veis y teniendo oídos no oís?” Jesús une de forma directa los ojos, los oídos y el corazón, pero es el corazón la fuente de la vista y del oído. En realidad si el corazón está endurecido no logramos ni ver ni oír. Es necesario tener un corazón abierto, no lleno de uno mismo, ni envenenado por el propio orgullo y la propia autosuficiencia, para poder comprender lo que acontece en torno al Evangelio. Y después hay que “recordar” las obras y los milagros de Dios para poder comprender la presencia de Jesús, pan de vida eterna. Los discípulos tenían con ellos, de hecho, al “verdadero” pan y no lo habían comprendido aún. Y esto era verdad no sólo en un sentido simbólico, sino también real, hasta el punto que Jesús les tiene que recordar el milagro de la multiplicación de los panes que acaba de realizar. Jesús sacia tanto el cuerpo como el corazón. Es el sentido de la celebración eucarística, y también el sentido de la escucha del Evangelio que realizamos cada día. Debemos recordar las palabras de Jesús: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.