ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 11 de marzo


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Mateo 6,7-15

Y al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo. «Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro que estás en los cielos,
santificado sea tu Nombre; venga tu Reino;
hágase tu Voluntad
así en la tierra como en el cielo. Nuestro pan cotidiano dánosle hoy; y perdónanos nuestras deudas,
así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores;
y no nos dejes caer en tentación,
mas líbranos del mal. «Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

La liturgia de este tiempo cuaresmal nos regala algunas de las páginas evangélicas más significativas, que nos ayudan a crecer en nuestra vida interior. Por esto es necesario que cada día nos dejemos instruir la mente y caldear el corazón por la palabra del Evangelio. Jesús hoy nos dona su oración: el Padre nuestro. Nos advierte ante todo que la oración no consiste en multiplicar las palabras como si contase su número y no el corazón con el que se pronuncian. Quiere mostrarnos en cambio el camino de la oración directa, la que llega inmediatamente al corazón de Dios. Nadie sino él nos la podría haber enseñado; sólo él es el Hijo perfecto que conoce al Padre en profundidad. Por ello, amando a sus discípulos con un amor sin límites, les enseña la oración más alta, la que Dios no puede dejar de escuchar. Esto se comprende desde la primera palabra: “abbá” (papá). Con esta simple palabra –la que los niños pequeños dirigen a su padre- Jesús lleva a cabo una verdadera revolución religiosa respecto a la tradición judía de no pronunciar ni siquiera el nombre santo de Dios: nos introduce en su misma intimidad con el Padre. No es que “rebaje” a Dios, sino que más bien somos nosotros los elevados al cielo, hasta el corazón mismo de Dios “que está en los cielos” hasta tal punto de llamarle “papá”. El Padre, a pesar de permanecer “en lo alto de los cielos”, es también Aquel que nos abraza. Jesús no dice (y él podía) “Padre mío”, sino “Padre nuestro”. Nosotros estamos acostumbrados a decir “Padre mío”; a veces nos construimos un Dios a nuestra medida, pedimos por nosotros y poco por los demás, como si cada uno tuviera su Dios. Pero el Dios de Jesús es Padre de un ”nosotros”, de la humanidad entera. Nadie puede apropiárselo para su propio uso. Por tanto es justo hacer la voluntad de un Padre como Él; es justo pedirle que venga pronto Su reino, el tiempo en el que se reconocerá definitivamente la santidad de Dios. En la segunda parte de la oración Jesús nos hace pedir al Padre que proteja nuestra vida de cada día: le pedimos el pan, el del cuerpo y el del corazón; y después nos atrevemos a una petición exigente: “Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores”. Es una petición que podría parecer dura y poco realista: ¿cómo aceptar que el perdón humano sea modelo (“así como nosotros...”) del divino? En realidad es algo de una sabiduría humana extraordinaria, y lo entendemos en los versículos siguientes: “Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas”. Este lenguaje resulta incomprensible para una sociedad como es a menudo la nuestra, en la que el perdón es raro –si no completamente desterrado-, y el rencor es una mala hierba que no conseguimos erradicar. Quizá precisamente por esto tenemos una mayor necesidad de aprender a rezar con el “Padre nuestro”.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.