ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 22 de marzo


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Lucas 15,1-3.11-32

Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a él para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este acoge a los pecadores y come con ellos.» Entonces les dijo esta parábola. Dijo: «Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre: "Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde." Y él les repartió la hacienda. Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino. «Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba. Y entrando en sí mismo, dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros." Y, levantándose, partió hacia su padre. «Estando él todavía lejos, le vió su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. El hijo le dijo: "Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo." Pero el padre dijo a sus siervos: "Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado." Y comenzaron la fiesta. «Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. El le dijo: "Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano." El se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba. Pero él replicó a su padre: "Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!" «Pero él le dijo: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado."»

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Según avanzamos en nuestro camino cuaresmal siguiendo a Jesús se nos ofrece esta página evangélica sobre el perdón. Como a menudo señalan los Evangelios, una gran multitud sigue a Jesús, compuesta mayoritariamente de enfermos, de pecadores, de gente abandonada, un hecho que no pasa inadvertido. Es más, esta relación privilegiada con los pecadores es uno de los motivos de acusación de los fariseos contra Jesús. Pero no se trata de un vínculo casual, forma parte de la misión de Jesús, y se podría decir que de la misma imagen de Dios. He aquí la razón de que Jesús responda a las acusaciones de frecuentar a los pecadores no hablando de sí mismo sino de Dios, de cómo actúa y de su propia naturaleza. En la parábola del hijo pródigo quiere mostrar precisamente cuál es el comportamiento de Dios. De hecho la parábola debería titularse más bien del Padre misericordioso que del hijo pródigo, ya que se centra por entero en el insólito comportamiento del padre más que en las decisiones del hijo. El padre, a pesar de todo lo que el hijo menor le había hecho, espera que vuelva a casa para abrazarlo y festejarlo. Sin embargo no es sólo el hijo menor el que se encuentra lejos del padre, también el mayor está muy lejos de los sentimientos de misericordia sin límites del padre. La narración de la parábola muestra cómo el padre espera el regreso del hijo menor, y nada más verlo corre a su encuentro. Es extraordinario que un anciano vaya corriendo hacia aquel joven que lo había rechazado y traicionado, pero así es nuestro Dios. Él nos espera, es paciente, y cuando nos decididmos a volver a él sale corriendo a nuestro encuentro con tal de recuperarnos. Éste es el sentido del perdón cristiano: nace de Dios, incluso antes de que surja en nosotros el arrepentimiento. Lo que sí se nos pide es reconocer nuestra necesidad y dejar de pensar que nos bastamos a nosotros mismos; se nos pide acoger el perdón, reconocerlo. Podríamos decir que la escena del padre que abraza al hijo es el icono más claro del sacramento de la Confesión: el abrazo misericordioso de Dios. Ese padre parece no saber estar sin sus hijos, y por ello sale también al encuentro del hijo mayor, que no quiere entrar: quiere que también él abrace al hermano. Dios es así: nos precede siempre en el amor, y corre hacia nosotros, pecadores, para abrazarnos y enseñarnos a abrazarnos los unos a los otros. No dejemos que la presunción de sentirnos justos y mejores, que lleva a reivindicar derechos, nos mantenga alejados de la alegría de la fiesta, como ocurrió con el hijo mayor. El tiempo de Cuaresma es un tiempo oportuno para vivir la riqueza y la alegría del perdón, ya sea en la Confesión o en la reconciliación entre los hermanos.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.