ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 6 de abril

Homilía

La página evangélica que hemos escuchado es una de las que muestran la fuerza y ??la grandeza del amor de Jesús. Él está lejos de la aldea de sus amigos, Marta, María y Lázaro, cuando le llega la noticia de la muerte de su amigo. Para él es peligroso regresar a Judea debido a las amenazas recibidas, pero de todos modos decide ir a casa de su amigo: no puede mantenerse alejado de sufrimiento y el drama de la vida. Para Jesús, la amistad es verdaderamente profunda y siempre la hay. ¡En cambio, cuántas veces los hombres huyen del sufrimiento de los demás, añadiendo así la amargura de la soledad al drama del mal! No podemos dejar de pensar en los muchos hombres y muchas mujeres sobre los que hay puesta una piedra pesada aún hoy. A veces son pueblos enteros que están oprimidos por una losa fría y pesada, la de la guerra, el hambre, la soledad, la tristeza, la desgracia, el prejuicio y la indiferencia. Son todas piedras frías y pesadas que oprimen, no por casualidad o por un destino amargo, sino por la mala voluntad de los hombres, y hay a menudo una especie de carrera cruel a fin de cavarse la fosa el uno al otro y de correr más que el otro para cerrarla con una losa pesada. Los discípulos de Jesús, aun hoy, muy a menudo quieren apartarse, mantenerse a distancia de los muchos Lázaros sepultados y oprimidos. Tal vez también ellos, como Marta, dirigen a Jesús una especie de reproche: "Si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano" Es como decir: "Señor, si hubieras estado cerca, esas desgracias no habrían ocurrido", o: "Si hubieras estado al lado de aquel pueblo, esos exterminios no habrían ocurrido", y así sucesivamente. En verdad, el Evangelio nos dice que no es Jesús quien está lejos, sino los hombres. Al contrario, a veces se impide acercarse incluso a Jesús. Preguntémosnos más bien: ¿dónde estamos nosotros, mientras millones de personas mueren de hambre? ¿Dónde estamos nosotros, mientras miles de personas están solas y abandonadas en los hospitales? ¿Dónde estamos nosotros mientras, cerca y lejos de nosotros, hay gente que muere sin nadie, que sufre sin que nadie se dé cuenta? y podríamos continuar. Pues bien, encontramos a Jesús cerca de ellos. Sólo él está allí al lado, y llora por estos amigos suyos abandonados, al igual que lloró por Lázaro. Le sucederá también a él algunos días después, cuando se quede solo en el huerto de Getsemaní y, debido a la angustia, sude sangre. Jesús está solo delante de Lázaro, teniendo esperanza contra viento y marea. Incluso las hermanas trataron de disuadirlo mientras él quería abrir la tumba. "Señor, ya huele; es el cuarto día", le dice Marta. Sí, ya huele. Como huelen los pobres; como huelen los campos de refugiados con cientos de miles, a veces millones, de personas; como huelen todos aquellos sobre quienes la maldad de los hombres se abate. Pero Jesús no se detiene, pues su cariño por Lázaro es mucho más fuerte que la resignación de las hermanas; es mucho más sabio que la racionalidad misma, que la evidencia misma de las cosas. El amor del Señor no conoce límites, ni siquiera los de la muerte sino que quiere lo imposible. Por tanto, aquella tumba no es la morada definitiva de los amigos de Jesús, por esto grita: "¡Lázaro, sal afuera!" El amigo oye la voz de Jesús, tal y como está escrito: "Las ovejas conocen su voz", en otra ocasión: el buen pastor "a sus ovejas las llama una por una y las saca fuera" (Jn 10,3 ) y ya el profeta Ezequiel: "Voy a abrir vuestras tumbas; os haré salir de vuestras tumbas, pueblo mío" (37,12). Lázaro escucha y sale. Jesús no habla a un muerto, sino a un vivo, a uno que duerme, quizá por ello grita e invita a los demás a desatar las vendas del amigo. Pero al desatar a Lázaro "muerto", Jesús en verdad desata a cada uno de nosotros de su egoísmo, su frialdad, su indiferencia, de la muerte de los sentimientos. Cuenta una antigua tradición oriental que Lázaro, una vez resucitado, no comía más que alimentos dulces, ello para destacar que la vida donada por el Señor es dulce y hermosa, que los sentimientos que el Señor deposita en el corazón son fuertes y tiernos, robustos y amorosos, y vencen toda amargura y dureza. "Yo soy la resurrección y la vida", dijo el Señor. En su Evangelio, en su cuerpo, la vida resurge. "Quitad la piedra". Jesús abre el lugar de la muerte, no tiene miedo de nuestra debilidad, de nuestro pecado, que aleja a los hombres tibios dispuestos a evitar las dificultades y los sufrimientos de la vida. "¡Lázaro, sal afuera!" Jesús llama a cada uno por su nombre. El nombre significa toda la vida de un hombre. Él la defiende del mal. Su amor es personal. Hoy la amistad de Dios, que vemos reflejada en la amistad que él genera entre los hombres, llama a la alegría a los corazones y a un mundo reducidos a tumbas. Lázaro anticipa la Pascua cuando Jesús mismo, amigo del sufrimiento de cada hombre, sea arrebatado por el mal. ¿Sabremos nosotros ser amigos suyos y conmovernos por él? Esta es la decisión de la Cuaresma.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.