ORACIÓN CADA DÍA

Oración por los enfermos
Palabra de dios todos los dias

Oración por los enfermos

Recuerdo del genocidio de 1994 en Ruanda. Para los judíos es el día del recuerdo de la Shoá, en el que se rememora la masacre de su pueblo en los campos de exterminio nazis. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración por los enfermos
Lunes 7 de abril

Recuerdo del genocidio de 1994 en Ruanda. Para los judíos es el día del recuerdo de la Shoá, en el que se rememora la masacre de su pueblo en los campos de exterminio nazis.


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Juan 8,1-11

Mas Jesús se fue al monte de los Olivos. Pero de madrugada se presentó otra vez en el Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y se puso a enseñarles. Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio, la ponen en medio y le dicen: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?» Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acuasarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra. Pero, como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra.» E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra. Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer, que seguía en medio. Incorporándose Jesús le dijo: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?» Ella respondió: «Nadie, Señor.» Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más.»

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El Evangelio nos narra una escena extraordinaria de misericordia. De madrugada, Jesús se presentó en el templo. Mientras estaba ocupado hablando a la multitud que se había congregado a su alrededor para escucharle, de repente el círculo de los que escuchaban fue roto por escribas y fariseos que arrojaron delante de Jesús a una mujer sorprendida en flagrante adulterio. De acuerdo con la ley de Moisés, aquella mujer debía ser lapidada. Si la ley era clara, más obvia aun era la violencia que había impulsado a aquellos escribas y fariseos a poner a aquella pecadora delante de Jesús. Ante esta escena tan violenta, él calla, se inclina como para ponerse también él en el suelo junto a aquella pecadora, y se pone a escribir en la tierra. El Señor de la palabra no habla: él ama a aquella mujer y quiere liberarla del mal. Sólo los acusadores siguen dando voces de modo irreverente, pero no les importa el cumplimiento de la ley y mucho menos aquella pecadora. Ellos quieren acusar a Jesús para desacreditarlo ante la gente mientras enseña en el templo, el corazón donde ponían su autoridad. También la mujer calla, pero es muy consciente de que su vida pende de un hilo, de una sentencia que puede salir de la boca del joven profeta. Los acusadores no soportan este silencio e insisten para que Jesús se exprese. Finalmente, Jesús levanta la cabeza y, dirigiéndose a aquellos fariseos acusadores, dice: “Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra". Luego se vuelve a inclinar al suelo y sigue escribiendo. El evangelista observa con cierta complacencia: "Se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos". Sí, los que habían llegado en masa, el odio une siempre a los siervos del mal, se van desordenadamente. Es un momento de verdad. Nadie se queda en ese espacio, excepto Jesús y la mujer: el misericordioso y la pecadora. Jesús comienza a hablar con el tono que solía emplear con las personas difíciles: "Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?... Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más”. Jesús, el único sin pecado, el único que habría podido arrojar una piedra contra ella, le dice palabras de perdón y amor. Este es el Evangelio del amor que los discípulos deben acoger y comunicar al mundo en el comienzo de este nuevo siglo tan necesitado de perdón. No se trata de condescender con el pecado, sino todo lo contrario. Cada discípulo lo sabe por sí mismo pues todos, hombres y mujeres, somos adúlteros que hemos traicionado el amor del Señor. Él se ha mantenido siempre fiel y con una misericordia increíble sigue perdonándonos. También nosotros, junto a aquella adúltera, estamos frente a Jesús y su misericordia. Se nos invita, también a nosotros, a escuchar la exhortación de Jesús a aquella mujer: “Vete, y en adelante no peques más". La misericordia de Dios no es la envoltura fácil del mal, sino que exige, por su propia naturaleza, el cambio del corazón y el alejamiento del pecado y del mal. La misericordia no es un simple sentimiento, acogerla es el comienzo de la salvación porque nos libera de la esclavitud del mal.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.