ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
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Memoria de los santos y de los profetas

Recuerdo de María de Cleofás, que estaba con las otras mujeres al pie de la cruz del Señor. Oración por todas las mujeres que siguen al Señor en cualquier parte del mundo, con coraje y en medio de las dificultades. Recuerdo de Dietrich Bonhoeffer, asesinado por los nazis en el campo de concentración de Flossenburg. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 9 de abril

Recuerdo de María de Cleofás, que estaba con las otras mujeres al pie de la cruz del Señor. Oración por todas las mujeres que siguen al Señor en cualquier parte del mundo, con coraje y en medio de las dificultades. Recuerdo de Dietrich Bonhoeffer, asesinado por los nazis en el campo de concentración de Flossenburg.


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Juan 8,31-42

Decía, pues, Jesús a los judíos que habían creído en él: «Si os mantenéis en mi Palabra,
seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad
y la verdad os hará libres.» Ellos le respondieron: «Nosotros somos descendencia de Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Os haréis libres?» Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo:
todo el que comete pecado es un esclavo. Y el esclavo no se queda en casa para siempre;
mientras el hijo se queda para siempre. Si, pues, el Hijo os da la libertad,
seréis realmente libres. Ya sé que sois descendencia de Abraham;
pero tratáis de matarme,
porque mi Palabra no prende en vosotros. Yo hablo
lo que he visto donde mi Padre;
y vosotros hacéis
lo que habéis oído donde vuestro padre.» Ellos le respondieron: «Nuestro padre es Abraham.» Jesús les dice: «Si sois hijos de Abraham,
haced las obras de Abraham. Pero tratáis de matarme,
a mí que os he dicho la verdad
que oí de Dios.
Eso no lo hizo Abraham. Vosotros hacéis las obras de vuestro padre.»
Ellos le dijeron: «Nosotros no hemos nacido de la
prostitución; no tenemos más padre que a Dios.» Jesús les respondió: «Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais a mí,
porque yo he salido y vengo de Dios;
no he venido por mi cuenta,
sino que él me ha enviado.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Esta página evangélica se sitúa dentro de la tensión que se había creado entre la primera comunidad cristiana y el judaísmo. Los primeros cristianos fueron sometidos a una prueba dura por la hostilidad de los judíos que reivindicaban la tradición de la ley mosaica. El evangelista Juan recuerda con autoridad a los discípulos de Jesús que "permanezcan" en su Palabra, no sólo para escucharla sino para vivir en ella, como si fuera su casa, es decir, ponerla fielmente en práctica como la palabra más familiar de sus vidas. Sí, podemos decir que la Palabra recibida y escuchada con fidelidad es la casa verdadera donde el cristiano está llamado a vivir. En resumen, su vida debe ser como envuelta por el Evangelio, sostenida por el Evangelio y fermentada por el Evangelio. La libertad cristiana no consiste sino en escuchar y seguir la palabra del Evangelio. Es el yugo dulce del Evangelio que nos libera de las cadenas duras del amor por nosotros mismos. De hecho, la libertad no nace de una ley ni de una fuerza de la voluntad, ni siquiera de la pertenencia, aunque fuera a la "estirpe de Abrahán". La libertad cristiana es el fruto de la adhesión a Jesús con toda la vida. Es poder vivir participando en plenitud, por tanto junto a todos los discípulos, a la misión de Jesús en el mundo. La libertad cristiana no es la disolución de cualquier vínculo para poder hacer lo que cada uno quiere. Esto es egoísmo, o esclavitud de las modas del mundo y las seducciones del mal. La libertad es ser liberados de las cadenas de la tierra para participar del gran diseño de Dios para hermanar a todos los pueblos y preparar la tierra para acoger la majestad plena de Dios. Ante esta predicación, los judíos se rebelaron contra Jesús porque al unirse a él pensaban que les hacía esclavos suyos. Siempre existe una presunción de quien es esclavo, que es precisamente negar su esclavitud, porque conviene, porque pone al abrigo de las responsabilidades y el cansancio de buscar siempre la dirección hacia la que encaminarse y, de cualquier modo, formar parte de un "nosotros", de aquel pueblo que Jesús vino a reunir sobre la tierra. "La verdad os hará libres", Jesús dice, y la verdad es Jesús mismo. La adhesión a él, una adhesión permanente, es lo que nos hace libres de toda esclavitud terrenal y lo que nos permite saborear la libertad del pecado ya desde ahora. Jesús subraya que no es suficiente decir que se es "hijos de Abrahán" para serlo verdaderamente. De hecho, la verdadera filiación, la que nos hace familiares y amigos de Dios, procede de cumplir "las obras del Padre". Jesús rebate: “Si sois hijos de Abrahán, haced las obras de Abrahán", pero aquellos judíos estaban muy lejos de seguir a Abrahán. No sólo es que quisieran matar a Jesús, lo que Abrahán no hubiera pensado, sino que Abrahán cumplió la obra más alta para un creyente, es decir, obedecer a la palabra del Señor y confiarle toda su vida, tal y como se lee en la Epístola a los Hebreos: "Por la fe, Abrahán, al ser llamado por Dios, obedeció... para el lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba" (Hb 11,8).

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.