ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 10 de abril


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Juan 8,51-59

En verdad, en verdad os digo:
si alguno guarda mi Palabra,
no verá la muerte jamás.» Le dijeron los judíos: «Ahora estamos seguros de que tienes un demonio. Abraham murió, y también los profetas; y tú dices: "Si alguno guarda mi Palabra,
no probará la muerte jamás." ¿Eres tú acaso más grande que nuestro padre Abraham, que murió? También los profetas murieron. ¿Por quién te tienes a ti mismo?» Jesús respondió: «Si yo me glorificara a mí mismo,
mi gloria no valdría nada;
es mi Padre quien me glorifica,
de quien vosotros decís: "El es nuestro Dios", y sin embargo no le conocéis,
yo sí que le conozco,
y si dijera que no le conozco,
sería un mentiroso como vosotros.
Pero yo le conozco, y guardo su Palabra. Vuestro padre Abraham se regocijó
pensando en ver mi Día;
lo vio y se alegró.» Entonces los judíos le dijeron: «¿Aún no tienes cincuenta años y has visto a Abraham?» Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo:
antes de que Abraham existiera,
Yo Soy.» Entonces tomaron piedras para tirárselas; pero Jesús se ocultó y salió del Templo.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

"En verdad, en verdad os digo: si alguno guarda mi palabra, no verá la muerte jamás". Esta afirmación que abre el pasaje evangélico de hoy habla claramente de la fuerza liberadora de la Palabra de Dios. Anteriormente Jesús ya había dicho: "El que escucha mi palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna" (Jn 5,24). La insistencia en la escucha y la observancia del Evangelio muestra a los discípulos el camino que deben seguir para ser liberados de las muchas esclavitudes del mundo a partir de la muerte. Sin embargo, ante una afirmación tan clara los judíos entonces y nosotros hoy, a menudo ponemos no pocos obstáculos, y es muy extraño que, mientras el Señor quiere donarnos la vida plena, es decir, una vida que no termina con la muerte, sin embargo encuentra resistencia y oposición por parte nuestra. Con frecuencia, se prefiere una vida sometida de hecho a la ley dura de la muerte, que es una vida esclava del amor por uno mismo, para no perturbar la normalidad tranquila de nuestros días. En efecto, muchos miran con recelo y hostilidad a la oferta generosa, que el Señor hace a cada uno, de una vida diferente, más humana y llena de significado, pero hay una especie de rechazo de este amor grande. Se llega también a aceptar el Evangelio, con tal de que sea menos exigente, no moleste demasiado y no nos incite a cambiar demasiado nuestras vidas y nuestras costumbres. Es el sentido de las palabras de los judíos que quieren poner en tela de juicio la autoridad de las palabras de Jesús, y muchas veces nosotros también nos unimos a aquella crítica: “¿Eres tú más grande que Abrahán?” La intención, para nada oculta, es precisamente la de aplastar el Evangelio, vaciarlo de su fuerza y rebajarlo a la normalidad de la mentalidad mundana. "¿Por quién te tienes a ti mismo?", le dicen descaradamente. En efecto, sólo Dios puede vencer a la muerte, y esto es precisamente el Evangelio, la buena noticia, que Jesús vino a traer al mundo. Por esta razón, si el evangelio pierde esta profecía suya, diluye su alteridad del mundo y no indica la meta del cielo, es como matarlo. Jesús responde, una vez más, que no se glorifica a sí mismo, sino que sus palabras descienden del conocimiento directo del Padre que está en los cielos. Es él quien le envió y se presenta como el primero que escucha y obedece. Podríamos decir que Jesús profesa claramente su "fe" cuando afirma: "Si dijera que no le conozco, sería un mentiroso como vosotros. Pero yo le conozco, y guardo su palabra. Vuestro padre Abrahán se regocijó pensando en ver mi Día; lo vio y se alegró". Es una referencia a la visión que Dios mostró a Abrahán y que él aceptó con fe gozosa. La elección de seguir el Evangelio exige el abandono de un modo de vivir replegado sobre uno mismo para acoger, con alegría, la visión de Dios, su diseño de amor en el que, también a nosotros, nos pide que participemos. En cambio, si nos resignamos a nuestro egocentrismo, nos pareceremos a los que escuchaban, que primero critican a Jesús con rencor y luego toman piedras para tirárselas. Podemos comparar las piedras con nuestros sentimientos y nuestros comportamientos que bloquean el Evangelio y su fuerza. El Señor quiere a discípulos que sepan escucharle y que acojan el diseño de amor del Padre que quiere la salvación de todos.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.