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Martes santo
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Recuerdo de los mártires misioneros. Los judíos festejan el comienzo del tiempo de Pascua
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Martes 15 de abril

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Recuerdo de los mártires misioneros. Los judíos festejan el comienzo del tiempo de Pascua


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Juan 13,21-33.36-38

Cuando dijo estas palabras, Jesús se turbó en su interior y declaró: «En verdad, en verdad os digo
que uno de vosotros me entregará.» Los discípulos se miraban unos a otros, sin saber de quién hablaba. Uno de sus discípulos, el que Jesús amaba, estaba a la mesa al lado de Jesús. Simón Pedro le hace una seña y le dice: «Pregúntale de quién está hablando.» El, recostándose sobre el pecho de Jesús, le dice: «Señor, ¿quién es?» Le responde Jesús: «Es aquel a quien dé el bocado que voy a mojar.» Y, mojando el bocado, le toma y se lo da a Judas, hijo de Simón Iscariote. Y entonces, tras el bocado, entró en él Satanás. Jesús le dice: «Lo que vas a hacer, hazlo pronto.» Pero ninguno de los comensales entendió por qué se lo decía. Como Judas tenía la bolsa, algunos pensaban que Jesús quería decirle: «Compra lo que nos hace falta para la fiesta», o que diera algo a los pobres. En cuanto tomó Judas el bocado, salió. Era de noche. Cuando salió, dice Jesús: «Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre
y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él,
Dios también le glorificará en sí mismo
y le glorificará pronto.» «Hijos míos,
ya poco tiempo voy a estar con vosotros.
Vosotros me buscaréis,
y, lo mismo que les dije a los judíos,
que adonde yo voy,
vosotros no podéis venir,
os digo también ahora a vosotros. Simón Pedro le dice: «Señor, ¿a dónde vas?» Jesús le respondió: «Adonde yo voy no puedes seguirme ahora; me seguirás más tarde.» Pedro le dice: «¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti.» Le responde Jesús: «¿Que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes que tú me hayas negado tres veces.»

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Jesús sabe bien ya que su "hora" se está acercando y que la muerte no está lejos. Su corazón está lleno de sentimientos, incluso contradictorios: no quiere morir, pero tampoco huir. En cualquier caso, ha llegado la hora de su "partida" de este mundo al Padre. Es consciente de esto y quiere afrontarla sin vacilaciones, sin embargo, su alma está turbada por la reacción de los discípulos. Él está a punto de dejar este mundo, pero ese pequeño grupo de discípulos al que ha reunido, cuidado, amado y enseñado, ¿seguirá estando unido? Se presenta ya el primer problema muy grave: Judas está a punto de traicionarle. A este discípulo no le importa que Jesús se haya inclinado ante él para lavarle los pies. Con los pies lavados, tocados e incluso besados por Jesús, Judas va a salir para ir a traicionar a aquel maestro. Jesús, con una tristeza indescriptible en el corazón, dice a todos: "Uno de vosotros me entregará". El desconcierto se apodera de todos. El traidor está entre ellos, entre los más íntimos y los más cercanos. La afirmación de Jesús es desconcertante. Obviamente no es suficiente estar junto a él, lo que cuenta es la cercanía del corazón, la comunidad con sus sentimientos y la participación en su diseño de amor. Podemos estar junto a él, podemos incluso seguir las prácticas de devoción, podemos continuar los ritos y las costumbres religiosas, pero si no hay adhesión del corazón a la Palabra del Señor, si no hay práctica concreta del amor por los más pobres, si no hay comunión concreta con los hermanos, si no hay adhesión a su proyecto por un mundo de justicia y de paz, nuestro corazón se aleja poco a poco, la mente se obnubila progresivamente y ya no se comprende el sueño de amor del Señor. Es obvio que mientras el rostro de Jesús se nubla, crece cada vez más nuestro "yo", nuestra codicia y nuestro egocentrismo. Lo que era amor por Jesús, se transforma en culto por nosotros mismos y nuestras cosas y se convierte en algo natural deslizarse hacia la traición. Es en el corazón donde se juega la batalla entre el bien y el mal, entre el amor y la desconfianza, y no hay compromisos posibles. En estos días Jesús, más que pedirnos que le sirvamos, nos pide que estemos junto a él, que le acompañemos y que no le dejemos solo. Si acaso, nos insta a estar atentos y a no ser banales. La banalidad no nos deja ver a los que nos rodean y tampoco el mal que se insinúa entre los hombres e intenta hacérselo comprender a los discípulos. Pero ellos, comenzando por Pedro, no lo entienden. Están demasiado presos de sí mismos y no se dejan tocar el corazón por las palabras de Jesús, y la traición nace de un corazón que no escucha. Si se dejan de lado las palabras del Evangelio, prevalecen nuestras palabras, nuestros pensamientos y nuestros sentimientos y uno es capaz incluso de malvender a Jesús. Todos tenemos que estar vigilantes, incluso Pedro y los otros discípulos que también se quedaron con él esa noche y que profesaron fidelidad hasta la muerte. Bastaron pocos días y también ellos le traicionaron. No debemos confiar en nosotros mismos, sino fiarnos cada día del amor y la protección del Señor.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.