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Pascua de resurrección
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Pascua de resurrección

Pascua de Resurrección
También las Iglesias Ortodoxas celebran hoy la Pascua.
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Libretto DEL GIORNO
Pascua de resurrección
Domingo 20 de abril

Homilía

El sábado ha pasado; han finalizado los días de los hombres. Ha llegado un nuevo día. Es verdad, comienza de forma triste, como a menudo es triste nuestra vida, sobre todo cuando se está ante una tumba. La tumba de Jesús no es especial, es una tumba alineada entre las otras tumbas de los hombres y las mujeres. En todo caso, hay una tristeza más: en aquella tumba no ha acabado sólo el cuerpo de un amigo, ha acabado también la esperanza de un reino nuevo que había encendido a aquel grupito de hombres y mujeres que Jesús llevaba tras de sí desde Galilea. ¡Si el mundo tuviera el coraje de detenerse ante las tumbas! Sentiría en su propio pecho como un nudo de angustia, una sensación de miedo, ante la muerte de la vida, la esperanza y el futuro. ¿Los cementerios? No sólo. Hoy hay países convertidos en grandes tumbas, cementerios enormes de víctimas a menudo inocentes, por la opresión, la violencia y la guerra. Ante este panorama de muerte, muchos hombres huyen, como lo hicieron también los discípulos de Jesús. Sólo algunas mujeres se detienen; tres, según el Evangelio de Marcos. María Magdalena, una mujer un poco particular, que fue curada de siete demonios. Luego está la otra María, la madre de Santiago y después Salomé. Son tres pobres mujeres galileas llegadas a Jerusalén siguiendo a Jesús. Ahora, perdidas después de los tristes acontecimientos acaecidos a su maestro, no saben hacer otra cosa que acercarse al sepulcro. Al amanecer ya están allí, preocupadas por cómo entrar en el sepulcro. La piedra que cierra la tumba es pesada, como pesadas son las piedras que aplastan la vida de los débiles. Sin embargo, en cuanto llegan, contemplan que la piedra había sido retirada, y ven a un ángel, que llevaba vestiduras blancas, sentado a la derecha. Tienen miedo, pero el ángel les dice: "No os asustéis. Buscáis a Jesús de Nazaret, el Crucificado; ha resucitado, no está aquí". Es el Evangelio de la resurrección. Es la primera Pascua, y es para una pequeña comunidad de sólo tres pobres mujeres, extranjeras y despreciadas. Una vez más se cumple lo que Jesús había dicho: "Se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí". Es la primera Pascua, pero aunque sea sólo para tres pobres mujeres, no es un hecho privado, es para todos los discípulos: "Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro que irá delante de vosotros a Galilea" y desde allí los discípulos deberán anunciar la resurrección a todos los hombres hasta los confines de la tierra. La resurrección es un anuncio que sacude la vida entera de los hombres. La sacude de arriba abajo para darle un nuevo rostro: retira las piedras pesadas que reposan sobre los corazones de los hombres para hacerles libres e ilumina la oscuridad que se cierne sobre la vida para manifestar la claridad de la misericordia. Quien resucita es el crucificado. Aquel muerto en cruz está ahora revestido del poder de Dios, y la cruz que parecía la culminación de la derrota, se ha convertido en el poder de Dios en el mundo. Con bastante frecuencia, en la tradición iconográfica de las Iglesias de Oriente, la cruz lleva en un lado a Jesús crucificado y en el otro a Jesús resucitado. En las apariciones es el crucificado quien aparece resucitado, para manifestar la fuerza de su amor por nosotros: como había sido crucificado por nosotros, así ha resucitado por nosotros. Este es el anuncio de la Pascua que las mujeres reciben del ángel, y que provoca una gran alegría a la vez que temor. Alegría porque intuyen que Jesús podrá quedarse con ellas, pero también temor por encontrarse inmersas en el día de Dios. Ellas huyeron del sepulcro. No se detuvieron allí donde estaban. Una prisa particular les invadió. Sí, no se puede titubear ante el anuncio de la resurrección. Hay prisa, prisa por anunciar la liberación a los prisioneros del mal, a los sepultados por la maldad, a los esclavos del orgullo y del odio, a los que están aplastados por el hambre y la guerra. Incluso tres pobres mujeres pueden hacerlo. Precisamente ellas, despreciadas y para nada consideradas, fueron las primeras enviadas para anunciar el Evangelio. A los discípulos se les invita a que vayan a Galilea, a la periferia extrema de Israel, donde comienza la región de los paganos, donde Jesús comenzó su misión: aquí los discípulos encontrarán al Señor resucitado y de aquí partirán de nuevo por los caminos del mundo. Galilea es la inmensa periferia pobre del mundo que espera el anuncio de una esperanza, pero tal vez sea también el corazón de cada uno de nosotros que espera ver al Señor. "Cristo ha resucitado, verdaderamente ha resucitado".

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.