ORACIÓN CADA DÍA

Oración de la Pascua
Palabra de dios todos los dias

Oración de la Pascua

La Iglesia armenia recuerda hoy las matanzas que sufrió durante la Primera Guerra Mundial, en las que murieron más de un millón de armenios. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración de la Pascua
Jueves 24 de abril

La Iglesia armenia recuerda hoy las matanzas que sufrió durante la Primera Guerra Mundial, en las que murieron más de un millón de armenios.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Cristo ha resucitado de entre los muertos y no muere más!
El nos espera en Galilea!

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 24,35-48

Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros.» Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu. Pero él les dijo: «¿Por qué os turbáis, y por qué se suscitan dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como véis que yo tengo.» Y, diciendo esto, los mostró las manos y los pies. Como ellos no acabasen de creerlo a causa de la alegría y estuviesen asombrados, les dijo: «¿Tenéis aquí algo de comer?» Ellos le ofrecieron parte de un pez asado. Lo tomó y comió delante de ellos. Después les dijo: «Estas son aquellas palabras mías que os hablé cuando todavía estaba con vosotros: "Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí."» Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: «Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Cristo ha resucitado de entre los muertos y no muere más!
El nos espera en Galilea!

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Evangelio de la Misa de hoy nos lleva al final del día de Pascua. Los dos discípulos de Emaús acaban de llegar al cenáculo a decir a los discípulos "lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido al partir el pan". Los apóstoles, todavía asustados, permanecían encerrados en el cenáculo. Para ellos era un lugar lleno de recuerdos, sin duda, pero el riesgo era que siguiera siendo un lugar protector pero cerrado. Es una tentación que todos conocemos muy bien: ¡cuántas veces cerramos las puertas del corazón, las de la casa, las del grupo, la comunidad, la familia, para estar tranquilos o por temor a perder algo! Pero el Resucitado sigue estando entre nosotros, incluso se pone en el centro, no en un lado como una persona entre muchas otras, como una palabra entre otras. Entra y se pone en medio, como la Palabra que salva, que libera de toda cerrazón. Las primeras palabras de Jesús resucitado son el saludo de paz: "¡La paz con vosotros!" Los discípulos, dominados por el miedo y la resignación, piensan que es un espíritu. Habían escuchado a las mujeres que les habían dicho que había encontrado a Jesús, vivo. Pero la distancia que habían puesto entre ellos y Jesús ya en los días de la pasión, había ofuscado sus mentes hasta tal punto y endurecido sus corazones con tanta fuerza, que no lograban ir más allá de sus miedos. El evangelista parece sugerir que la incredulidad atrapa a los creyentes cada vez que se alejan de Jesús y se dejan dominar por los miedos por ellos mismos. Jesús, presentándose en medio, les dice enseguida: "¡La paz con vosotros!". Es la primera palabra del Resucitado. Sí, el primer fruto de la resurrección es la paz. Por supuesto, no la paz de la propia tranquilidad sino la que nace del amor por los demás. La paz de la Pascua no paraliza, sino que empuja con fuerza a salir de sí mismos para ir al encuentro de los demás. La paz pascual es una energía nueva de amor que choca contra el mundo. La Pascua, aunque sea vivida por un grupo pequeño, al principio sólo por algunas mujeres, es para todos, es para el mundo. Para los apóstoles esto parece imposible. Jesús está muerto definitivamente, han matado su palabra para siempre. Ellos no creen en lo que él mismo les había dicho más veces, es decir, que después de la muerte resucitaría. Se sobresaltan al verlo. Piensan que se les ha aparecido un espíritu. Jesús les reprende con cariño: "¿Por qué os turbáis?” y repite lo que les había dicho muchas veces en el pasado: los enemigos le matarían y él resucitaría. ¡Cuántas veces también nosotros somos escépticos ante las palabras de Jesús! No pocas veces pensamos que son poco realistas, como un espíritu. En cambio, el Evangelio crea una realidad nueva, una comunidad nueva, real, formada por personas que antes estaban dispersas y asustadas, y que después de escuchar se encuentran juntas en una nueva fraternidad. Es lo que pasó aquel día con Jesús que se puso a comer con ellos: continuaba la vida de los años de antes de la Pascua. Ese almuerzo les reunía con Jesús. Ahora aprendían que estaría con ellos para siempre. Es lo que nos pasa también a nosotros, y a los discípulos de todos los tiempos, cada vez que estamos alrededor del altar del Señor para partir su cuerpo mismo.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.