ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los apóstoles
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los apóstoles

Recuerdo de los apóstoles Felipe y Santiago. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los apóstoles
Sábado 3 de mayo

Recuerdo de los apóstoles Felipe y Santiago.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si morimos con él, viviremos con él,
si perseveramos con él, con él reinaremos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 12,20-28

Había algunos griegos de los que subían a adorar en la fiesta. Estos se dirigieron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le rogaron: «Señor, queremos ver a Jesús.» Felipe fue a decírselo a Andrés; Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les respondió: «Ha llegado la hora
de que sea glorificado el Hijo de hombre. En verdad, en verdad os digo:
si el grano de trigo no cae en tierra y muere,
queda él solo;
pero si muere,
da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde;
y el que odia su vida en este mundo,
la guardará para una vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga,
y donde yo esté, allí estará también mi servidor.
Si alguno me sirve, el Padre le honrará. Ahora mi alma está turbada.
Y ¿que voy a decir?
¡Padre, líbrame de esta hora!
Pero ¡si he llegado a esta hora para esto! Padre, glorifica tu Nombre.» Vino entonces una voz del cielo:
«Le he glorificado y de nuevo le glorificaré.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si morimos con él, viviremos con él,
si perseveramos con él, con él reinaremos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El recuerdo de los dos apóstoles se celebra conjuntamente desde que, en el siglo VI, se dedicó en Roma la Basílica de los Santos Apóstoles, que conserva sus reliquias. Felipe es uno de los primeros en ser llamados por Jesús y Santiago es uno de los testigos privilegiados de la misión del profeta de Nazaret. Ambos, con su testimonio, han llevado al Señor a muchos que buscaban la salvación. El Evangelio nos habla de algunos griegos que se acercan a Felipe y le ruegan: "Señor, queremos ver a Jesús". Es una súplica que manifiesta la necesidad de la ayuda de un hermano o hermana a los que dirigirnos para poder encontrar a Jesús. Es una constante en la historia de los cristianos. Aún hoy, los que quieren ver a Jesús deben preguntar a sus discípulos. Esto lleva también a decir que el destino del Evangelio, en cierto modo, depende de los discípulos, así como de cada uno de nosotros. Debemos preguntarnos si somos capaces de aceptar las preguntas de amor que se nos ponen, a veces explícitamente como sucedió en este caso, o también de forma oculta, pero no menos urgente, como tan a menudo sucede en los días corrientes. Por desgracia, la concentración sobre nosotros mismos a menudo nos vuelve sordos al grito de los demás. No hay que olvidar que no es posible seguir a Jesús de modo solitario e individualista. Muchas veces hemos individualizado incluso la fe, que es un don que empuja a quien la recibe a vivir no para sí mismo, sino para llevar el evangelio a todos y especialmente a aquellos que son más pobres y están más solos. Jesús, respondiendo a Felipe, nos sugiere el camino a seguir: "Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo de hombre” y especifica: "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto". Con una metáfora sencilla y breve, Jesús resume toda su vida y, podemos decir, la síntesis plena de su mensaje. La respuesta que debe darse a los griegos implica a los discípulos mismos. De hecho, Jesús añade: "Donde yo esté, allí estará también mi servidor". El sentido de nuestra vida está marcado por nuestra adhesión a Jesús: vivir es estar con él para aprender de él a dar la vida por todos. Está en esto el modo en que los discípulos muestran al Señor a quienes encuentran. El apóstol Santiago, que fue uno de los primeros mártires, lo manifestó con los hechos y las palabras. La tradición cuenta que, cuando le arrojaban desde el pináculo del templo, rezaba con las mismas palabras de Jesús: "Señor, perdónales porque no saben lo que hacen".

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.