ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los santos y de los profetas

Recuerdo de san Nil, staretz ruso (+1508). Fue padre espiritual de monjes a los que enseñó el gran amor del Señor por los hombres, exhortándoles a pedir a Dios el mismo sentimiento (en griego macrotimia).
Recuerdo de la oración por los nuevos mártires del siglo XX, presidida por Juan Pablo II en el Coliseo de Roma junto a los representantes de las Iglesias cristianas.
Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 7 de mayo

Recuerdo de san Nil, staretz ruso (+1508). Fue padre espiritual de monjes a los que enseñó el gran amor del Señor por los hombres, exhortándoles a pedir a Dios el mismo sentimiento (en griego macrotimia).
Recuerdo de la oración por los nuevos mártires del siglo XX, presidida por Juan Pablo II en el Coliseo de Roma junto a los representantes de las Iglesias cristianas.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 6,35-40

Les dijo Jesús: «Yo soy el pan de la vida.
El que venga a mí, no tendrá hambre,
y el que crea en mí, no tendrá nunca sed. Pero ya os lo he dicho:
Me habéis visto y no creéis. Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí,
y al que venga a mí
no lo echaré fuera; porque he bajado del cielo,
no para hacer mi voluntad,
sino la voluntad del que me ha enviado. Y esta es la voluntad del que me ha enviado;
que no pierda nada
de lo que él me ha dado,
sino que lo resucite el último día. Porque esta es la voluntad de mi Padre:
que todo el que vea al Hijo y crea en él,
tenga vida eterna
y que yo le resucite el último día.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Evangelio de hoy retoma la última frase del pasaje evangélico escuchado ayer. Es una afirmación que hace referencia a las del Antiguo Testamento que hablan del banquete mesiánico preparado por el Señor para su pueblo: "Yo soy el pan de vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed". Finalmente, la promesa de Dios se cumplía. Jesús respondía también al hambre de salvación escondida en el corazón de los hombres: hambre de sentido, hambre de una vida que no termina con la muerte y que conduzca a la felicidad plena. Jesús era la respuesta venida del cielo y todos podían acogerla y hacerla suya. Sin embargo, Jesús observa con amargura que muchos, aun viendo los signos que realizaba, no abrían su corazón para acoger su palabra. Sin embargo, él "no rechazaba a nadie": "Y al que venga a mí no lo echaré fuera". Es suficiente algo de disponibilidad por nuestra parte para que el milagro suceda. Pensemos en los cinco panes de cebada que fueron suficientes para multiplicarlos para cinco mil personas . Todo el que se acercaba a Jesús era recibido: era suficiente llamar, aunque débilmente, para obtener respuesta. ¿No había dicho otras veces a las multitudes que le seguían: "Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso”? Por lo demás, había descendido del cielo precisamente para esto: es decir, cumplir la voluntad del Padre que le había enviado, y la voluntad del Padre era clara: no perder a ninguno de aquellos que le había confiado. Su misión era la reunir a todos en el único redil. Por esto dice en otro lugar : "Yo soy el buen pastor". Había venido a recoger a los dispersos y conducirles al reino. El empeño por salvar sin perder a ninguno, es el esfuerzo continuo del Señor Jesús y, en la parábola de la oveja perdida, describe no sólo su pasión, incluso sólo por una oveja, sino también la disponibilidad a correr peligros y a recorrer caminos accidentados. Salvar a todos es la preocupación constante de Jesús. Él quiere que esta preocupación se repita a lo largo de los siglos a través de la Iglesia. Sí, la Iglesia, toda comunidad cristiana, debe sentir ante todo la pasión por salvar a todos los hombres. El Papa Francisco nos llama a esa pasión. No hay duda de que la preocupación misionera debe ser mucho más evidente en nuestros días e implicar a todos los cristianos. Lamentablemente, a menudo estamos tan replegados sobre nosotros mismos, que no sentimos la urgencia misionera, pero esto nos aleja de Jesús y de su esfuerzo por liberar al mundo de la esclavitud del mal. Es urgente que nos dejemos implicar cada vez más por la misma pasión que movía a Jesús a ir por las calles y las plazas de su tiempo. Las palabras de Jesús que hemos escuchado en esta página del Evangelio nos muestran claramente cuál es la voluntad de Dios y cómo realizarla en la tierra: “que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día”. Es una promesa que se realiza en nosotros mismos precisamente mientras gastamos nuestra vida por el Señor y por los demás. Al igual que hizo Jesús.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.