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Memoria de los pobres
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Memoria de los pobres

Recuerdo de san Pancracio, mártir a los 14 años por amor al Evangelio. Oración por las jóvenes generaciones, para que encuentren el Evangelio y al Señor. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 12 de mayo

Recuerdo de san Pancracio, mártir a los 14 años por amor al Evangelio. Oración por las jóvenes generaciones, para que encuentren el Evangelio y al Señor.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 10,1-10

«En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que escala por otro lado, ése es un ladrón y un salteador; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el portero, y las ovejas escuchan su voz; y a sus ovejas las llama una por una y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz. Pero no seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.» Jesús les dijo esta parábola, pero ellos no comprendieron lo que les hablaba. Entonces Jesús les dijo de nuevo: «En verdad, en verdad os digo:
yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido delante de mí
son ladrones y salteadores;
pero las ovejas no les escucharon. Yo soy la puerta;
si uno entra por mí, estará a salvo;
entrará y saldrá
y encontrará pasto. El ladrón no viene
más que a robar, matar y destruir.
Yo he venido
para que tengan vida
y la tengan en abundancia.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

En este pasaje del Evangelio Jesús se presenta como el "buen pastor", que recoge las ovejas dispersas y las lleva por el camino de Dios. Aunque la imagen sea antigua, su verdad es muy actual. Tal vez nunca como hoy, los hombres y las mujeres viven en un estado de dispersión y soledad. El individualismo, enclavado en el corazón de cada hombre, hoy parece incluso más fuerte que ayer: la sociedad se ha vuelto más competitiva, más agresiva y por lo tanto más cruel. El impulso de ruptura es más fuerte que el de solidaridad: los individuos y los pueblos sienten sus propios intereses por encima de todo y de todos. Las distancias y los conflictos aumentan cada vez más. El sueño de la igualdad se considera incluso peligroso. Incluso se exalta como un valor el hecho de no tener que depender de nadie y de no dejarse influenciar ni condicionar nunca por nadie. En este ambiente crecen y se multiplican los "ladrones" y los "salteadores", es decir, aquellos que roban las vidas de los demás en beneficio propio. Incluso la vida humana se convierte en una mercancía que se vende y se roba. La dictadura del mercado no perdona a nadie. Los más débiles son los más afectados y violentados. La globalización que ha acercado a los pueblos, sin embargo no les ha hecho hermanos. Es necesario un "buen pastor" que conozca a las ovejas y las salve, una a una, conduciéndolas a todas a los pastos para que se alimenten con abundancia. Son demasiados los "ladrones" y los "salteadores" que siguen robando la vida de los demás, sobre todo de los más pequeños, los ancianos y los indefensos, y muchos corremos el riesgo de convertirnos en sus cómplices. De hecho, cada vez que nos encerramos en nuestro egocentrismo, no sólo nosotros mismos somos presa de ellos, sino que nos convertimos en cómplices de sus robos. No es una casualidad que el Papa Francisco haya estigmatizado la globalización de la indiferencia, la ausencia de lágrimas por los que mueren abandonados y san Ambrosio observó con razón: "¡Cuántos dueños acaban teniendo los que rechazan al único Señor!". Jesús, pastor bueno, nos recoge de la dispersión para guiarnos hacia un destino común; y si es necesario va a tomar personalmente a quien se ha extraviado para traerlo de vuelta al redil. Para ello, no tiene miedo de tener que pasar, si es necesario, a través de la muerte, con la seguridad de que el Padre devuelve la vida a quien la gasta generosamente por los demás. Es el milagro de la Pascua. Jesús resucitado es la puerta que se ha abierto para que pudiéramos entrar en la vida que no termina. Jesús, no sólo no nos roba la vida, al contrario, nos la da en abundancia, multiplicada por la eternidad.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.