ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 16 de mayo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 14,1-6

«No se turbe vuestro corazón.
Creéis en Dios: creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas mansiones;
si no, os lo habría dicho;
porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar,
volveré y os tomaré conmigo,
para que donde esté yo
estéis también vosotros. Y adonde yo voy sabéis el camino.» Le dice Tomás: «Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?» Le dice Jesús: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.
Nadie va al Padre sino por mí.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús, tras haber dado a los apóstoles el mandamiento del amor, les dice que les abandonará: "Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros". Estas palabras están llenas de acongojada ternura y los discípulos, al oírle hablar así, se ponen tristes. Por lo demás, ¿cómo es posible resignarse a perder a un amigo tan excepcional? ¿Cómo aceptar la pérdida de un maestro tan bueno y fuerte? Jesús, al ver que se entristecían, continúa con palabras de consuelo: "No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas mansiones... cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo". Jesús es el primero que desea que los lazos de amistad no se rompan, al contrario, desea que duren para siempre, tanto que añade: "Para que donde esté yo estéis también vosotros". No les abandona, quiere que estén con él para siempre. Él se adelanta para prepararnos a cada uno de nosotros un lugar en la casa grande del Padre. Con estas palabras Jesús nos abre una pequeña ventana sobre nuestro futuro. ¡Cuántas veces nos hemos preguntado acerca de la vida después de la muerte y nos preguntamos qué les ha sucedido a los amigos ya muertos, a los que hemos amado y por quienes quizá hemos trabajado y sufrido! El Evangelio no nos deja sin respuesta a preguntas como estas. Al contrario, casi haciéndonos tocar con la mano el consuelo, nos habla de la vida futura como de una casa amplia, espaciosa, habitada por nuestros amigos, los que están cerca y los que están lejos. Un camino seguro nos lleva a ellos y a ese lugar: es Jesús mismo. En la relación con él está la garantía de que nada de nuestra vida se pierde: ni un pensamiento, ni un gesto de cariño es en vano, todo está recogido y conservado como un tesoro precioso e iluminado por la luz del anuncio de la victoria de la vida sobre la muerte que hemos recibido en la Pascua. Jesús parece convencido de que los discípulos han comprendido la verdad sobre el más allá de la muerte, hasta el punto de decir: "Y adonde yo voy sabéis el camino". En verdad, no era así, como no es así tampoco para nosotros hoy. Tomás, en nombre de todos pregunta cuál es el camino, y Jesús, una vez más, se expresa claramente: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Permanecer unidos a él es la garantía de recorrer el camino justo que lleva hasta llegar al Padre que está en los cielos.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.