ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 9 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 5,1-12

Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres de espíritu,
porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos ,
porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran,
porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia,
porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz,
porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia,
porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegráos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo destaca de manera especial el "discurso de la montaña". Coloca a Jesús en un monte, el lugar por excelencia desde el que Dios enseña, como si quisiera sugerir un paralelismo entre la antigua y la nueva alianza. La primera quedó sancionada en el Sinaí; la segunda recibe su sello en este monte. Jesús tiene ante sus ojos a una muchedumbre que lo sigue desde hace días. Podemos imaginarlo mirando a aquellos hombres y mujeres: si no conoce sus historias, sí sabe lo que quieren y necesitan. Y tiene compasión de ellos. Y la razón de ser de esta escena evangélica es precisamente el fuerte sentimiento de compasión. Sus primeras palabras son sobre la felicidad. O mejor dicho, sobre aquel que es feliz. Jesús quiere proponer su idea de felicidad y de bienaventuranza. Los creyentes de Israel ya se habían acostumbrado a la noción de bienaventuranza gracias a los salmos: "Dichoso será el hombre que pone en el Señor su confianza; dichoso el que cuida del débil y el pobre; dichoso el hombre que confía en el Señor". Ese hombre podía decirse feliz. Jesús continúa en esta línea y afirma que son bienaventurados los hombres y las mujeres pobres de espíritu, es decir los humildes (pobres de espíritu no significa en absoluto ricos en realidad y alejados de Dios), y también lo son los misericordiosos, los afligidos, los humildes, los que tienen hambre de justicia, los puros de corazón, los perseguidos a causa de la justicia, y también los que son perseguidos a causa de su nombre. Palabras como estas no las había dicho nunca a nadie; y los discípulos no las habían oído jamás hasta aquel momento. Y a nosotros que las escuchamos hoy, pueden parecernos muy lejanas. Parecen totalmente irreales. Y aunque admitiéramos que son hermosas, creemos que son imposibles de poner en práctica. Sin embargo, no es así para Jesús. Él quiere para nosotros una felicidad verdadera, plena, firme. En realidad, lo que a nosotros nos interesa de verdad es vivir un poco mejor, un poco más tranquilos. Y nada más. No queremos ser realmente “bienaventurados”. La bienaventuranza se ha convertido en una palabra extraña, demasiado llena, excesiva; es una palabra tan fuerte y tan cargada que es demasiado diferente de nuestras satisfacciones, a menudo insignificantes. Esta página es un verdadero Evangelio para nosotros, una verdadera "buena noticia" porque nos libra de una vida cada vez más banal y nos lleva a una vida llena de sentido, a una alegría mucho más profunda que la que nosotros podemos tan solo imaginar. Las bienaventuranzas no son demasiado elevadas para nosotros, del mismo modo que no lo eran para aquella muchedumbre que las escuchó por primera vez. Tienen un rostro verdaderamente humano: el rostro de Jesús. Él es el hombre de las bienaventuranzas, el hombre pobre, el hombre manso y hambriento de justicia, el hombre apasionado y misericordioso, el hombre perseguido y asesinado. Mirémoslo y sigámoslo, y así seremos bienaventurados también nosotros.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.