ORACIÓN CADA DÍA

Oración por la Paz
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración por la Paz
Lunes 16 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 5,38-42

«Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pues yo os digo: no resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra: al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto; y al que te obligue a andar una milla vete con él dos. A quien te pida da, y al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Continúa la lectura del discurso de la montaña en aquella parte en la que Jesús contrapone la ley antigua con su Evangelio. En el esquema de oposiciones Jesús se centra ahora en el pasaje del Antiguo Testamento sobre la ley del talión: "Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente", y le contrapone la ley del amor: "Pues yo os digo... al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra". Es una oposición clara entre las dos actitudes. Lo que motivaba la ley del talión tenía una lógica. Con aquella disposición se quería regular la venganza para evitar que fuera ilimitada e implacable, como pasaba a menudo. Era un intento de alejar cualquier abuso, pero no pretendía erradicar el odio. Jesús, con sus enseñanzas, va al corazón de la cuestión: quiere eliminar de raíz el instinto de la venganza y cortar de ese modo la imparable espiral de violencia, pues el mal mantiene toda su fuerza, aunque se regule como pretendía hacer la ley del talión. Jesús dice que no hay que regular el mal sino erradicarlo. Ese es el único modo de derrotarlo. Y el camino de extirpación que propone Jesús –el único realmente eficaz– es el de un amor sobreabundante. No venceremos al mal con otro mal, aunque esté regulado, sino únicamente con un bien aún más generoso. Con esta afirmación Jesús invierte la mentalidad de su tiempo –que en realidad continúa fuertemente arraigada en la actualidad–, y pide a los discípulos no solo que borren de sus comportamientos la venganza, sino incluso que ofrezcan la otra mejilla a quienes les abofeteen. Evidentemente, no se trata de proponer una nueva regla –la de "la otra mejilla"–, como algunos querrían para ridiculizar las palabras de Jesús. Aún menos quiere Jesús favorecer una actitud masoquista o sumisa ante el mal. Desde luego, no se puede afirmar que Jesús, a lo largo de su vida, no se opuso al mal con fuerza e intensidad. Jesús siempre lucha contra el pecado, contra la injusticia, contra la enfermedad e incluso contra la extrema manifestación del mal que es la muerte. Lo que Jesús vino a traer a los hombres es un nuevo modo de vivir totalmente centrado en el amor. Y el empeño en liberar a los hombres de la esclavitud del mal es la razón misma de su encarnación. Por eso se opone firmemente al mal, pero intenta estar junto a cada hombre, incluso junto a quien está poseído por el mal, para liberarlo de su esclavitud. La lucha contra el mal necesita una sola arma, la del amor. Aquel que se deja guiar por el amor derrota el mal con la sobreabundancia del bien. Si alguien ama da el manto a quien se lo pide, está dispuesto a recorrer el doble de kilómetros a quien le pide compañía y no le vuelve la espalda a quien le pide ayuda. Con el amor se corta el mal de cuajo y se abre el camino para una vida digna.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.