ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 20 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 6,19-23

«No os amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. Amontonaos más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón. «La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará luminoso; pero si tu ojo está malo, todo tu cuerpo estará a oscuras. Y, si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá!

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Con este pasaje evangélico continúa el largo tema de la verdadera justicia. Y por estas páginas parece evidente que la verdadera justicia es tener el corazón y la vida orientados hacia Dios. Es un Evangelio especialmente actual en una sociedad como la nuestra que se ha alejado de Dios pensando que es más libre. En realidad, termina siendo esclava de muchos señores que la dominan. Es especialmente amarga la esclavitud de las riquezas, de los bienes, de las cosas. Jesús sabe que necesitamos bienes, pero si no tenemos la primacía del amor de Dios, nos convertimos en esclavos de los bienes. Por eso poco después dirá: "Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura" (Mt 6,33). Por eso Jesús exhorta a no amontonar "tesoros en la tierra". Es una enseñanza de gran sabiduría, sobre todo en una sociedad rica y opulenta como la nuestra. Necesitamos liberarnos de la esclavitud de poseer y de consumir que rebajan nuestra vida a la miseria. En nuestro mundo hay como una dictadura del materialismo que nos obliga a someternos a la ley del consumo y de la acumulación de bienes. La enseñanza del Evangelio es muy clara a ese respecto: quien acumula mucho queda dominado por un gran amor hacia las cosas, obedece a una pasión que secuestra su corazón. Por eso Jesús afirma: "Donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón". Allí donde apunta nuestro corazón –continúa Jesús– es donde está el verdadero tesoro. Por eso hay que cultivar el corazón y hacer que crezca según el Evangelio. La palabra evangélica –escuchada de manera continuada y con atención– debe modelar nuestras acciones y nuestros sentimientos, debe forjar un estilo de vida alejado del afán por poseer y acumular que Jesús compara con la herrumbre que corroe. En este caso más que corroer las cosas, la herrumbre corroe el corazón, los sentimientos e incluso el mismo sentido de la vida. Acumular tesoros en el cielo, por el contrario, significa amar la Palabra y ponerla en práctica, dejarse guiar por aquel diseño de amor que se nos revela y convertirnos en diligentes y alegres trabajadores suyos. Es el gran sueño de Dios por el mundo. Quien forma parte de él ahora, saborea ya el cielo. La Palabra de Dios es fuerte y poderosa. Transforma los corazones y la historia de los hombres. Escribe el profeta: "Como descienden la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá, sino que empapan la tierra... así será mi palabra, la que salga de mi boca" (Is 55,10.11). El cielo, pues, no es solo una meta lejana; el cielo es la vida con el Señor, con los hermanos y con los pobres. Quien gasta su vida según las indicaciones del Evangelio acumula tesoros que quedarán fijados en el cielo; nadie se los podrá arrebatar al creyente, y darán abundantes frutos de amor y de bondad.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.