ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 10 de julio

Salmo responsorial

Psaume 68 (69)

¡Sálvame, oh Dios, porque las aguas
me llegan hasta el cuello!

Me hundo en el cieno del abismo,
sin poder hacer pie;
he llegado hasta el fondo de las aguas,
y las olas me anegan.

Estoy exhausto de gritar, arden mis fauces,
mis ojos se consumen de esperar a mi Dios.

Son más que los cabellos de mi cabeza
los que sin causa me odian;
más duros que mis huesos
los que me hostigan sin razón.
(¿Lo que yo no he robado tengo que devolver?)

Tú, oh Dios, mi torpeza conoces,
no se te ocultan mis ofensas.

¡No se avergüencen por mí los que en ti esperan,
oh Yahveh Sebaot!
¡No sufran confusión por mí los que te buscan,
oh Dios de Israel!

Pues por ti sufro el insulto,
y la vergüenza cubre mi semblante;

para mis hermanos soy un extranjero,
un desconocido para los hijos de mi madre;

pues me devora el celo de tu casa,
y caen sobre mí los insultos de los que te insultan.

Si mortifico mi alma con ayuno,
se me hace un pretexto de insulto; "

si tomo un sayal por vestido,
para ellos me convierto en burla,

cuento de los que están sentados a la puerta,
y copla de los que beben licor fuerte.

Mas mi oración hacia ti, Yahveh,
en el tiempo propicio:
por tu gran amor, oh Dios, respóndeme,
por la verdad de tu salvación.

¡Sácame del cieno, no me hunda,
escape yo a los que me odian,
a las honduras de las aguas!

¡El flujo de las aguas no me anegue
no me trague el abismo,
ni el pozo cierre sobre mí su boca!

¡Respóndeme, Yahveh, pues tu amor es bondad;
en tu inmensa ternura vuelve a mí tus ojos; "

no retires tu rostro de tu siervo,
que en angustias estoy, pronto, respóndeme; "

acércate a mi alma, rescátala,
por causa de mis enemigos, líbrame!

Tú conoces mi oprobio,
mi vergüenza y mi afrenta,
ante ti están todos mis opresores.

El oprobio me ha roto el corazón y desfallezco.
Espero compasión, y no la hay,
consoladores, y no encuentro ninguno.

Veneno me han dado por comida,
en mi sed me han abrevado con vinagre.

¡Que su mesa ante ellos se convierta en un lazo,
y su abundancia en una trampa; "

anúblense sus ojos y no vean,
haz que sus fuerzas sin cesar les fallen!

Derrama tu enojo sobre ellos,
los alcance el ardor de tu cólera; "

su recinto quede hecho un desierto,
en sus tiendas no haya quien habite:

porque acosan al que tú has herido,
y aumentan la herida de tu víctima.

Culpa añade a su culpa,
no tengan más acceso a tu justicia; "

del libro de la vida sean borrados,
no sean inscritos con los justos.

Y yo desdichado, dolorido,
¡tu salvación, oh Dios, me restablezca!

El nombre de Dios celebraré en un cántico,
le ensalzaré con la acción de gracias; "

y más que un toro agradará a Yahveh,
más que un novillo con cuernos y pezuñas.

Lo han visto los humildes y se alegran;
¡viva vuestro corazón, los que buscáis a Dios! "

Porque Yahveh escucha a los pobres,
no desprecia a sus cautivos.

¡Alábenle los cielos y la tierra,
el mar y cuanto bulle en él!

Pues salvará Dios a Sión,
reconstruirá las ciudades de Judá:
habitarán allí y las poseerán; "

la heredará la estirpe de sus siervos,
los que aman su nombre en ella morarán.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.