ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 10 de julio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 10,7-15

Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis; dadlo gratis. No os procuréis oro, ni plata, ni calderilla en vuestras fajas; ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón; porque el obrero merece su sustento. «En la ciudad o pueblo en que entréis, informaos de quién hay en él digno, y quedaos allí hasta que salgáis. Al entrar en la casa, saludadla. Si la casa es digna, llegue a ella vuestra paz; mas si no es digna, vuestra paz se vuelva a vosotros. Y si no se os recibe ni se escuchan vuestras palabras, salid de la casa o de la ciudad aquella sacudiendo el polvo de vuestros pies. Yo os aseguro: el día del Juicio habrá menos rigor para la tierra de Sodoma y Gomorra que para aquella ciudad.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Después de haber elegido a los doce y de haberles confiado la misión de anunciar la llegada del Reino de Dios, Jesús continúa explicando el contenido del anuncio que deben hacer a aquellos que encuentren. El Evangelio que deben proclamar, aunque se declina de muchas maneras distintas en función de los hombres y de los pueblos, tiene un núcleo central. Jesús les dice: "Yendo proclamad que el Reino de los Cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios"; y añade que deben hacer llegar la paz a las casas de los hombres. Es un contenido esencial e inderogable para aquellos discípulos y para la Iglesia de todos los tiempos y para todas las comunidades cristianas. Esta debe ser la primera y verdadera preocupación de los discípulos. Jesús les advierte de que no se dejen superar por otras preocupaciones. Y las enumera: "oro, plata, cobre, alforja, dos túnicas, sandalias, bastón". Parecen útiles e incluso necesarias para la misión. Pero en realidad, de manera insidiosa a menudo alejan a los discípulos de la primacía absoluta del Evangelio. Es necesario meditar frecuentemente esta página evangélica para comprender el verdadero tesoro que se confía a nuestras manos y que solo en Jesús encontramos nuestra fuerza, y no en nuestras formas organizativas, en nuestras programaciones o en nuestras estrategias. Jesús indica que los discípulos deben llevar la paz a las ciudades, los pueblos y a las casas de los hombres. Lucas, en el pasaje paralelo, habla del "saludo de la paz" (10,5). Es un saludo que hoy el mundo necesita especialmente. Han pasado los primeros diez años del nuevo siglo y el mundo todavía está marcado por la violencia y por conflictos que envenenan la vida de mucha gente. A menudo son precisamente nuestras casas, nuestras familias, las que buscan aquella paz que no encuentran y que es el único terreno para tener una vida más serena y feliz. Con demasiada frecuencia las tensiones y las incomprensiones convierten nuestras casas en lugares de división y de fracturas. La comunidad cristiana está llamada a ser creadora y portadora de paz en los conflictos que infligen heridas en los pueblos y en las casas de nuestras ciudades. Los discípulos de Jesús son enviados a este mundo como corderos, es decir, como hombres y mujeres débiles, pero pacíficos y pacificadores. Pero su camino no está exento de obstáculos y oposición. El Evangelio nos advierte: "Si no se os recibe...". La falta de acogida y el rechazo no disminuyen la fuerza y la conciencia de que la única misión de la Iglesia es anunciar el Evangelio y llevar, preparándola, la paz a todo el mundo.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.