ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 13 de julio

Salmo responsorial

Psaume 64 (65)

A ti se debe la alabanza,
oh Dios, en Sión.
A ti el voto se te cumple,

tú que escuchas la oración.
Hasta ti toda carne viene

con sus obras culpables;
nos vence el peso de nuestras rebeldías,
pero tú las borras.

Dichoso tu elegido, tu privado,
en tus atrios habita.
¡Oh, hartémonos de los bienes de tu Casa,
de las cosas santas de tu Templo!

Tú nos responderás con prodigios de justicia,
Dios de nuestra salvación,
esperanza de todos los confines de la tierra,
y de las islas lejanas;

tú que afirmas los montes con tu fuerza,
de potencia ceñido,

y acallas el estruendo de los mares,
el estruendo de sus olas.
Están los pueblos en bullicio,

por tus señales temen los que habitan los confines,
a las puertas de la mañana y de la tarde
haces tú gritar de júbilo.

Tú visitas la tierra y la haces rebosar,
de riquezas la colmas.
El río de Dios va lleno de agua,
tú preparas los trigales.
Así es como la preparas:

riegas sus surcos, allanas sus glebas,
con lluvias la ablandas, bendices sus renuevos.

Tú coronas el año con tu benignidad,
de tus rodadas cunde la grosura; "

destilan los pastos del desierto,
las colinas se ciñen de alegría; "

las praderas se visten de rebaños,
los valles se cubren de trigo;
¡y los gritos de gozo, y las canciones!"

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.