ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 5 de agosto


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 14,22-36

Inmediatamente obligó a los discípulos a subir a la barca y a ir por delante de él a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí. La barca se hallaba ya distante de la tierra muchos estadios, zarandeada por las olas, pues el viento era contrario. Y a la cuarta vigilia de la noche vino él hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, viéndole caminar sobre el mar, se turbaron y decían: «Es un fantasma», y de miedo se pusieron a gritar. Pero al instante les habló Jesús diciendo: «¡Animo!, que soy yo; no temáis.» Pedro le respondió: «Señor, si eres tú, mándame ir donde ti sobre las aguas.» «¡Ven!», le dijo. Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús. Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: «¡Señor, sálvame!» Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dice: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?» Subieron a la barca y amainó el viento. Y los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: «Verdaderamente eres Hijo de Dios.» Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret. Los hombres de aquel lugar, apenas le reconocieron, pregonaron la noticia por toda aquella comarca y le presentaron todos los enfermos. Le pedían que tocaran siquiera la orla de su manto; y cuantos la tocaron quedaron salvados.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Después de la multiplicación de los panes y los peces, Jesús indicó a sus discípulos que subieran a la barca y que fueran delante de él a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Al final, después de que todos (muchedumbre y discípulos) se hubieran alejado, Jesús, solo, sube al monte a orar. Es una escena que encontramos a menudo en los Evangelios (evidentemente, impresionó mucho a los discípulos y a la primera comunidad cristiana). Mientras la barca estaba atravesando el mar se desencadena una tormenta. El Evangelista parece sugerir que sin Jesús es fácil que se levanten vientos y se desencadenen tormentas. En cualquier caso, la noche, todas las noches, están siempre llenas de miedo. Pero finalmente llega el alba. Y mientras sale el sol Jesús se acerca a los discípulos caminando sobre las aguas. El miedo confunde las ideas y la mirada de los discípulos; piensan que es un fantasma. Pero Jesús se dirige directamente a ellos y les dice: "!Ánimo¡, soy yo; no temáis". Pedro, dudando, le pide a Jesús que le ordene ir hasta él. Y Jesús atiende su petición: "¡Ven!", le dice. Pedro reconoce la invitación que oyó por primera vez en la orilla del mismo mar y, una vez más, deja inmediatamente la barca y las redes y va hacia Jesús. Y también él camina sobre las aguas. La respuesta confiada e inmediata al llamamiento del Señor hace cumplir siempre milagros. Pero los vientos arrecian y Pedro tiene miedo, del mismo modo que tenemos miedo todos nosotros cuando las adversidades son fuertes y violentas. Entonces Pedro empieza a hundirse y, fruto de la desesperación, sale de su boca una oración desesperada: "¡Señor, sálvame!". Jesús lo toma inmediatamente de la mano. Y Pedro se salva. El Señor, no obstante, le recuerda su poca fe: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?". Pedro había empezado a caminar sobre las aguas (los discípulos, efectivamente, hacen cosas impensables), pero la resignación ante el mal hace que caigamos. El miedo nos hunde. Lo contrario del miedo no es la valentía, sino la confianza. "¿Por qué dudaste?", le dice con ternura Jesús. No hace falta ser valiente, sino saber confiar en aquel que no nos deja solos y que en el peligro nos salva. El Señor continúa tomándonos de la mano y subiendo con nosotros a la barca para continuar nuestro camino en el mar de la vida. A nosotros se nos pide que no nos separemos nunca del Señor y que sigamos siempre su voz.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.