ORACIÓN CADA DÍA

Fiesta de la transfiguración
Palabra de dios todos los dias

Fiesta de la transfiguración

Fiesta de la transfiguración del Señor en el monte Tabor. Recuerdo de Hiroshima, la primera bomba atómica. Recuerdo del papa Pablo VI, que murió en 1978. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Fiesta de la transfiguración
Miércoles 6 de agosto

Homilía

El monte de la transfiguración, que la tradición posterior identificó con el Tabor, se presenta como imagen de todo itinerario espiritual. Podemos imaginar a Jesús llamándonos a nosotros para llevarnos con él al monte, tal como hizo con los tres discípulos más amigos, para vivir con él la experiencia de la comunión íntima con el Padre; una experiencia tan profunda que transfigura el rostro, el cuerpo e incluso los vestidos. Algún estudioso sugiere que el pasaje narra una experiencia espiritual que fue importante ante todo para Jesús: una visión celestial que produjo una transfiguración en él. Es una hipótesis que permite entender más a fondo la vida espiritual de Jesús. A veces olvidamos que también él tuvo su itinerario espiritual, como subraya el mismo Evangelio: "Crecía en sabiduría, en estatura y en gracia". Sin duda alguna no faltó en él la alegría por los frutos de su ministerio pastoral, del mismo modo que también experimentó las ansias y las angustias sobre cuál era la voluntad del Padre (a este respecto, Getsemaní y la cruz son los momentos más dramáticos). En definitiva, no todo era ya sabido para él ni lo tenía todo programado. Jesús también sintió el esfuerzo y la alegría de un camino. Jesús, al igual que Abrahán, Moisés, Elías y todo creyente, también tuvo que recorrer la subida al monte. También él sintió la necesidad de "subir" hacia el Padre, de encontrarse con Él. Es cierto que la comunión con el Padre era todo su ser, toda su vida, el pan de sus días, la sustancia de su misión, el corazón de todo lo que era y hacía; pero tal vez también él necesitaba momentos en los que esta relación íntima emergiera en su plenitud. Sin duda lo necesitaban los discípulos.
Pues bien, el Tabor fue uno de estos momentos singularísimos de comunión, que el Evangelio amplía a toda la historia del pueblo de Israel, tal como demuestra la presencia de Moisés y Elías que "conversaban con él". Jesús no vivió solo esta experiencia; hizo partícipes también a sus tres amigos más íntimos. Fue uno de los momentos más significativos para la vida personal de Jesús, y también para los tres discípulos y para todos los que se dejan acompañar en esa misma subida. En la tradición de la Iglesia ha habido muchas interpretaciones de este pasaje evangélico. Entre las más constantes está la que descubre en la vida monástica el reflejo de la Transfiguración, a causa de la radicalidad de la opción que comporta. Pero creo que podemos ver o mejor dicho, vivir la experiencia de la transfiguración también en la liturgia dominical a la que todos estamos llamados a participar. Durante la celebración vivimos, unidos a Jesús, el momento más alto de la comunión con Dios. Y precisamente durante la santa liturgia podemos repetir las mismas palabras de Pedro: "Señor, bueno es estarnos aquí. Si quieres, haré aquí tres tiendas…". La liturgia del domingo es el momento espiritual más alto al que todos somos llamados. Realmente no es solo el culmen de la semana sino también la fuente de los días siguientes. La misa, en cierto modo, lo es todo. El resto es como una consecuencia. Cuando el Evangelio escribe que los tres se "despertaron" y se encontraron a solas con Jesús, quiere decir que la misa, en cierto modo, basta. Tiene tanta energía que tras habernos transformado hace que seamos capaces de cambiar incluso el mundo que nos rodea.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.