ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 8 de agosto


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 16,24-28

Entonces dijo Jesús a sus discípulos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará. Pues ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? O ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida? «Porque el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta. Yo os aseguro: entre los aquí presentes hay algunos que no gustarán la muerte hasta que vean al Hijo del hombre venir en su Reino.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El pasaje evangélico viene inmediatamente después de la profesión de fe de Pedro y la posterior reprimenda de Jesús cuando, ante el anuncio de su pasión, muerte y resurrección, el apóstol quiso disuadirlo de emprender el viaje hacia Jerusalén. Jesús quiere presentar con claridad a todos los discípulos el camino que deben emprender para seguirlo: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame". Son palabras que parecen duras, y lo son, pero Jesús mismo fue el primero que las vivió. Y ahora las propone a los discípulos, que no deben hacer más que seguir el camino del Maestro que cargó la cruz –que no es suya sino de todos, y esa es la diferencia– antes que ellos porque de la cruz viene la salvación. Jesús no se deja atrapar por nuestras incertidumbres, sino que nos pide que las venzamos confiando en él. La propuesta que hace Jesús a los discípulos parece paradójica para la mentalidad egocéntrica que guía nuestras convicciones y nuestros comportamientos. En realidad expresa una sabiduría profunda que encontramos en la frase que viene a continuación: "Quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ese la salvará". Creemos que la salvamos guardando, buscando recompensas, adueñándonos de los demás, buscando reconocimientos y honores. Jesús nos advierte de que gastar nuestras energías, nuestro tiempo, nuestras fuerzas solo para salvarnos o, como se suele decir, para realizarnos, nos lleva en realidad a perdernos, es decir, a una vida triste y a menudo desgraciada. Solo si vivimos para el Señor, solo si dedicamos nuestra vida a amar a todo el mundo, sin ponernos límite alguno, como hizo precisamente Jesús, entonces disfrutaremos de la alegría de la vida. ¿De qué sirve ganar el mundo entero si no somos amados ni somos capaces de amar? Eso es lo que explicará el apóstol Pablo en el himno a la caridad, diciendo que sin esta, es decir, sin el amor, no sirve de nada hacer cosas extraordinarias, aunque sea con gran generosidad. Solo el amor no termina y solo el Señor nos salva, porque solo él nos enseña qué es el amor. Así, al igual que el amor, tampoco la vida eterna se puede comprar. Solo la podemos recibir del Señor, que, a su debido tiempo, "dará a cada cual según sus obras". Seguir al Señor es la empresa más seria de nuestra vida, porque solo él puede salvarla del mal y de la muerte. Jesús habla de un retorno inminente. El cristiano vive siempre esperando para no dormirse y para reconocer en el presente los muchos signos de la presencia de Jesús y de su reino entre nosotros.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.