ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 21 de agosto

Salmo responsorial

Psaume 85 (86)

Tiende tu oído, Yahveh, respóndeme,
que soy desventurado y pobre,

guarda mi alma, porque yo te amo,
salva a tu siervo que confía en ti.
Tú eres mi Dios,

tenme piedad, Señor,
pues a ti clamo todo el día;

recrea el alma de tu siervo,
cuando hacia ti, Señor, levanto mi alma.

Pues tú eres, Señor, bueno, indulgente,
rico en amor para todos los que te invocan;

Yahveh, presta oído a mi plegaria,
atiende a la voz de mis súplicas.

En el día de mi angustia yo te invoco,
pues tú me has de responder;

entre los dioses, ninguno como tú, Señor,
ni obras como las tuyas.

Vendrán todas las naciones a postrarse ante ti,
y a dar, Señor, gloria a tu nombre;

pues tú eres grande y obras maravillas,
tú, Dios, y sólo tú.

Enséñame tus caminos Yahveh,
para que yo camine en tu verdad,
concentra mi corazón en el temor de tu nombre.

Gracias te doy de todo corazón, Señor Dios mío,
daré gloria a tu nombre por siempre,

pues grande es tu amor para conmigo,
tú has librado mi alma del fondo del seol.

Oh Dios, los orgullosos se han alzado contra mí,
una turba de violentos anda buscando mi alma,
y no te tienen a ti delante de sus ojos.

Mas tú, Señor, Dios clemente y compasivo,
tardo a la cólera, lleno de amor y de verdad,

¡vuélvete a mí, tenme compasión!
Da tu fuerza a tu siervo,
salva al hijo de tu sierva.

Haz conmigo un signo de bondad:
Que los que me odian vean, avergonzados,
que tú, Yahveh, me ayudas y consuelas.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.