ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los pobres

Recuerdo de san Miguel arcángel. La Iglesia etíope, una de las primeras de África, lo venera como protector. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 29 de septiembre

Recuerdo de san Miguel arcángel. La Iglesia etíope, una de las primeras de África, lo venera como protector.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 9,46-50

Se suscitó una discusión entre ellos sobre quién de ellos sería el mayor. Conociendo Jesús lo que pensaban en su corazón, tomó a un niño, le puso a su lado, y les dijo: «El que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, recibe a Aquel que me ha enviado; pues el más pequeño de entre vosotros, ése es mayor.» Tomando Juan la palabra, dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre, y tratamos de impedírselo, porque no viene con nosotros.» Pero Jesús le dijo: «No se lo impidáis, pues el que no está contra vosotros, está por vosotros.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús acaba de hablar, por segunda vez, de la cruz que le espera en Jerusalén. Hemos visto que los discípulos, una vez más, no han querido comprender las palabras de Jesús y tampoco han querido que Jesús arrojara luz sobre su ignorancia. En realidad, no es que las palabras de Jesús no fueran claras. El problema es que no las habían querido comprender porque su mente estaba preocupada por otras cosas respecto a los pensamientos que agitaban la mente de Jesús. En este pasaje evangélico el evangelista Lucas revela cuál era la auténtica preocupación de los discípulos: quién de ellos debía ocupar el primer puesto. Es decir, se revelaba el primado de la posición de cada uno, de la carrera, en definitiva, del primer puesto que querían ocupar para dominar a los demás. Lo que estaba pasando era realmente increíble: Jesús estaba angustiado por la muerte que le esperaba y los discípulos discutían entre ellos quién era el mayor. Existe realmente una distancia abismal entre sus preocupaciones y las del Maestro. Podríamos decir que los discípulos –ellos sin duda, pero también nosotros– eran plenamente hijos de este mundo y de la mentalidad competitiva que regula las relaciones entre las personas. Es una costumbre que acompaña firmemente a todas las generaciones. Podríamos decir que es el legado del primer pecado: la desobediencia a Dios de Adán y Eva. De la desobediencia a Dios continúa brotando la división entre las personas y la consiguiente acusación recíproca. Jesús vino a invertir la desobediencia –"haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz", escribe el apóstol Pablo (Flp 2,8)– y a instaurar relaciones de fraternidad y de servicio, no de competencia, entre los hombres. Y para que los discípulos comprendieran bien su idea, Jesús tomó a un niño, lo puso a su lado, como si quisiera identificarlo consigo mismo, y les dijo: “El que reciba a un niño como este, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquel que me ha enviado; pues el más pequeño de entre vosotros, ése es mayor". En el Reino de los Cielos, y por tanto en la comunidad de discípulos de Jesús, es mayor el que se hace pequeño, es decir, hijo del Evangelio, el que reconoce su debilidad y lo confía todo al Señor. Aquel que vive con la confianza de un niño, aquel que se siente hijo de Dios, sabe escuchar su Palabra, tiene el mismo pensamiento de Dios y reconoce las cosas que vienen de Dios. Por eso –según las palabras que dijo Jesús– el discípulo reconoce el bien se haga donde se haga, aunque el que lo haga no forme parte del grupo de los discípulos. A Juan y a todos los cristianos que quieren ignorar o, aún peor, impedir el bien porque no pertenecen al círculo de los discípulos, Jesús les repite: "No se lo impidáis, pues el que no está contra vosotros está por vosotros". Es una gran lección de sabiduría, también humana, que permite que los discípulos de Jesús sean capaces de reconocer la acción del Espíritu en la historia de los hombres.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.