ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Madre del Señor

Recuerdo de san Calixto papa (†222). Amigo de los pobres, fundó la casa de oración sobre la que se erigió Santa Maria in Trastevere. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 14 de octubre

Recuerdo de san Calixto papa (†222). Amigo de los pobres, fundó la casa de oración sobre la que se erigió Santa Maria in Trastevere.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 11,37-41

Mientras hablaba, un fariseo le rogó que fuera a comer con él; entrando, pues, se puso a la mesa. Pero el fariseo se quedó admirado viendo que había omitido las abluciones antes de comer. Pero el Señor le dijo: «¡Bien! Vosotros, los fariseos, purificáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis llenos de rapiña y maldad. ¡Insensatos! el que hizo el exterior, ¿no hizo también el interior? Dad más bien en limosna lo que tenéis, y así todas las cosas serán puras para vosotros.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús, que está invitado a casa de un fariseo, no cumple las prescripciones rituales antes de comer. Este comportamiento le comporta un duro juicio. Jesús, que se da cuenta, contesta al fariseo desplazando la cuestión ritual a otro plano, del plano de las prácticas al del corazón. Y aclara que en la vida lo importante no es la apariencia, lo que se ve, aunque sea correcto, sino ser un hombre y una mujer con el corazón misericordioso. En una sociedad de apariencias, como la nuestra, esta breve página evangélica vuelve a poner en el centro de atención lo que realmente vale en la vida. En el corazón, en el interior es donde se decide la vida del hombre, su felicidad y su salvación. Si el corazón está lleno de maldad, los actos serán en consecuencia. Por eso Jesús, sin condenar la observancia de los rituales, reconduce al corazón la raíz de los comportamientos. Lo que cuenta es lo que hay en el corazón, no lo que aparenta. No sirve de nada que observemos ciertos ritos si por otra parte transgredimos la justicia y estamos lejos del amor. En ese sentido, no tiene valor alguno multiplicar gestos y acciones si el corazón está lleno de "rapiña y maldad". Jesús exhorta más bien a dar "en limosna lo que tenéis", es decir, dar al mundo el amor que ha sido derramado en nuestro corazón. Y la verdadera riqueza es el amor gratuito que cada creyente recibe de Dios en su corazón. Jesús, cuando envía a sus discípulos en misión, afirma claramente: "Gratis lo recibisteis; dadlo gratis" (Mt 10,8). Y la gratuidad del amor recibido se manifiesta de manera evidente cuando nos dirigimos ante todo a los pobres. Sí, el amor por los pobres es la garantía del amor. Con Jesús empieza el tiempo de la misericordia. Un tiempo de gracia y de abundancia. De hecho, si somos misericordiosos con los demás, si somos generosos amando a los demás, el amor no solo no disminuye sino que enriquece el corazón de quien da y de quien recibe. La riqueza del discípulo no consiste en multiplicar los ritos que practica, sino más bien tener un corazón misericordioso y dispuesto a amar. Es importante la afirmación de Jesús: la limosna nos hace puros. Por desgracia, cada vez son más las ordenanzas que prohíben la mendicidad y que desalientan la limosna, que muchas veces gozan de una triste complicidad por parte de cristianos. Toda la tradición bíblica, que en el Evangelio encuentra su exaltación, exhorta a los cristianos a dar limosna, no porque "resuelva" el problema social sino porque es el primer paso del amor: la limosna obliga a apartar la mirada de uno mismo y dirigirla hacia los necesitados y a darles algo, aunque sea poco. ¡Ay de nosotros si impedimos este primer paso del corazón que va más allá de nosotros mismos, pues nos quedaremos encerrados en nuestro egoísmo!

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.