ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 31 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 14,1-6

Y sucedió que, habiendo ido en sábado a casa de uno de los jefes de los fariseos para comer, ellos le estaban observando. Había allí, delante de él, un hombre hidrópico. Entonces preguntó Jesús a los legistas y a los fariseos: «¿Es lícito curar en sábado, o no?» Pero ellos se callaron. Entonces le tomó, le curó, y le despidió. Y a ellos les dijo: «¿A quién de vosotros se le cae un hijo o un buey a un pozo en día de sábado y no lo saca al momento?» Y no pudieron replicar a esto.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Con el Evangelio de hoy empieza el discurso de Jesús a los comensales de un banquete que uno de los jefes de los fariseos había organizado en su casa y al que Jesús había sido invitado. La invitación, a decir verdad, más que honrar a Jesús, tenía la intención de espiarlo y hacerlo incurrir en un error. Bien distinta era la actitud de la muchedumbre que, por el contrario, acudía a Jesús para escucharlo y para quedar libre de las numerosas esclavitudes que hacían amarga su vida. Jesús, de todos modos, no rechaza la invitación, aunque es plenamente consciente de las intenciones de aquel fariseo. Era un sábado y, mientras están sentados a la mesa, entra un hidrópico que, en lugar de pedir limosna, como solía pasar en ocasiones de fiesta como aquella, se dirige de inmediato hacia el joven maestro. Jesús apenas verlo pregunta a los presentes si es lícito o no curar en sábado. La pregunta, evidentemente, es retórica, y en cualquier caso no recibe respuesta alguna por parte de los invitados: "pero ellos se callaron", indica el evangelista para destacar su incomodidad. Jesús, sin dejar tiempo para la respuesta, toma de la mano a aquel hombre enfermo y lo cura: "le tomó, le curó y le despidió". Es significativo que Jesús lo tome de la mano. No estamos ante un sanador de cosas maravillosas, sino ante un hombre que quiere tender la mano, que quiere poner en pie a quien está enfermo, que devuelve la dignidad a quien está excluido. Hay como una prisa en curar. Podríamos decir que se ve en la misma secuencia veloz de la narración: "le tomó, le curó y le despidió". Los pobres no pueden esperar las disputas y los debates sobre ellos o sobre su situación. El amor y la compasión por ellos no toleran ninguna espera y no deben experimentar retraso alguno. ¡Qué gran distancia hay entre este modo de actuar de Jesús y el de los hombres, también hoy, en relación a la atención por los más débiles! Y muchas veces no solo hay retraso, sino también ausencia de ayuda. Pero finalmente vino a la historia humana Jesús, el compasivo, el misericordioso. Este es el tercer milagro, tras el del hombre con la mano paralizada y la mujer encorvada, que Jesús realiza en sábado. Para él el sábado es realmente un día de fiesta, es decir, el día en el que se manifiestan plenamente la bondad, la misericordia y el amor de Dios por los hombres, sobre todo por los más débiles. Así debemos vivir los cristianos el domingo, el día de la resurrección, el día en el que la creación queda libre del mal y se renueva en el amor.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.