ORACIÓN CADA DÍA

Oración por los enfermos
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración por los enfermos
Lunes 3 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 14,12-14

Dijo también al que le había invitado: «Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea que ellos te inviten a su vez, y tengas ya tu recompensa. Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Evangelio de hoy continúa presentándonos las enseñanzas de Jesús en temas asociados a la curación realizada durante un banquete. Después de haber aconsejado a los presentes que no ocupen los primeros puestos cuando son invitados, Jesús exhorta al fariseo que lo ha acogido a invitar, para las próximas veces, a aquellos que no pueden invitarle a su casa porque son pobres o porque no pueden darle nada a cambio: "Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos... llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque no te pueden corresponder". Una vez más, Jesús invierte por completo las reglas habituales que tiene el mundo de comportarse. La meticulosa atención con la que se eligen los invitados contrasta con la abundancia y la generosidad que implican llamar a aquellos que no pueden dar nada a cambio. Y los enumera: pobres, lisiados, cojos y ciegos. Todos ellos, que quedan al margen de la vida normal, son elegidos por Jesús para participar en el banquete que se debe preparar. Es una concepción nueva de las relaciones entre los hombres que Jesús mismo vive en primer lugar: nuestras relaciones deben basarse no en la reciprocidad sino en la gratuidad, en el amor unilateral, como el amor de Dios que abraza a todos empezando por los pobres. Y la felicidad, contrariamente a lo que se piensa normalmente, consiste precisamente en ampliar el banquete de la vida a todos los excluidos, sin esperar una recompensa por su parte. La verdadera recompensa, de hecho, es poder trabajar en el campo del amor, de la fraternidad y de la solidaridad. Por otra parte, solo en esta perspectiva se construye un mundo sobre bases sólidas y pacíficas. Por el contrario, ampliar la distancia entre quien se sienta a la mesa de la vida y quien queda excluido de ella, como por desgracia sucede aún hoy en el mundo, menoscaba de raíz la paz entre los pueblos. El mensaje del Evangelio es exactamente lo contrario: la gratuidad, como Jesús mismo vivió y proclamó, es primordial y es una de las tareas más urgentes que los cristianos deben incluir en la pasta de este mundo al inicio del nuevo milenio. Es una dimensión que parece difícil de vivir, pero es la única capaz de evitar que el mundo, en el actual difícil momento histórico que atraviesa, caiga en el abismo de la violencia. Aquel que comprende y vive esta dimensión del amor es dichoso hoy y recibirá mañana "la resurrección de los justos".

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.