ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 13 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 17,20-25

Habiéndole preguntado los fariseos cuándo llegaría el Reino de Dios, les respondió: «El Reino de Dios viene sin dejarse sentir. Y no dirán: "Vedlo aquí o allá", porque el Reino de Dios ya está entre vosotros.» Dijo a sus discípulos: «Días vendrán en que desearéis ver uno solo de los días del Hijo del hombre, y no lo veréis. Y os dirán: "Vedlo aquí, vedlo allá." No vayáis, ni corráis detrás. Porque, como relámpago fulgurante que brilla de un extremo a otro del cielo, así será el Hijo del hombre en su Día. Pero, antes, le es preciso padecer mucho y ser reprobado por esta generación.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Los fariseos le preguntan a Jesús cuándo llegará el reino de Dios. Es el tema central de la predicación de Jesús. Los discípulos hicieron una pregunta similar. En Israel todo el mundo esperaba al Mesías liberador. Y en el tiempo de Jesús aquella espera era aún más aguda, como demuestra la insistencia de los discípulos en los Evangelios. Todos esperaban un reino como el de los poderosos de la tierra. Nadie se había dado cuenta de que el reino ya estaba entre ellos con la llegada de aquel joven profeta a la historia de los hombres. Jesús inauguraba el reino de Dios en la tierra pero no "llamando la atención", es decir, no de manera imponente y espectacular. Nadie puede decir "aquí está" o "allí está", ya que es algo de naturaleza espiritual, interior. No porque sea abstracto o etéreo, sino porque empieza por la conversión del corazón que ve en Jesús al liberador del pecado y de la muerte, que son precisamente el reino del diablo, del príncipe del mal. Jesús es el "tiempo nuevo" de la salvación. El reino de los Cielos, es decir, el reino donde "reina" el amor y la misericordia, empieza exactamente con la llegada a la tierra del Hijo de Dios: su acción de curación y su predicación luchan contra el mal que va perdiendo terreno hasta llegar a la derrota definitiva que llega a través de su muerte y resurrección. Por eso Jesús puede decir que el reino de Dios "está entre vosotros", es decir, entre los que escuchan y ponen en práctica su palabra. Participar en el reino, en este sueño de liberación del mundo del poder del diablo y del mal, comporta también sufrimiento y dolor, empezando por el mismo Jesús. Eso es lo que significan las palabras que dijo Jesús: "El Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan" (Mt 11,12). Es decir, hay una lucha incesante entre el bien y el mal. Jesús derrotó radicalmente el mal, que no obstante continúa dando coletazos. Cuando lleguen los días –dice Jesús dirigiéndose directamente a los discípulos y ya no a los fariseos– en los que serán duramente sometidos a prueba, los discípulos querrán "ver uno solo de los días del Hijo del hombre", es decir, tener algún consuelo. Y no lo habrá. Pero no por eso deben dejar al Maestro para seguir a los falsos ídolos que van surgiendo. No tienen que buscar al Mesías "aquí" o "allá". Jesús continúa siendo el único Señor y ellos deben seguirle solo a él. El Evangelio es firme, es como el "relámpago fulgurante que brilla de un extremo a otro del cielo"; su proclamación rompe la oscuridad del mundo y revela el rostro de Jesús. Dichosos nosotros si dejamos que esta palabra de salvación nos deslumbre, y no otras habladurías vacías.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.