ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Madre del Señor

Recuerdo de la dedicación de las basílicas romanas de San Pedro del Vaticano y de San Pablo Extramuros. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 18 de noviembre

Salmo responsorial

Salmo 118d (119d)

¡Justo eres tú, Yahveh,
y rectitud tus juicios!

Con justicia impones tus dictámenes,
con colmada verdad.

Mi celo me consume,
porque mis adversarios olvidan tus palabras.

Acendrada en extremo es tu promesa,
tu servidor la ama.

Pequeño soy y despreciado,
mas no olvido tus ordenanzas.

Justicia eterna es tu justicia,
verdad tu ley.

Angustia y opresión me han alcanzado,
tus mandamientos hacen mis delicias.

Justicia eterna tus dictámenes,
hazme entender para que viva.

Invoco con todo el corazón, respóndeme, Yahveh,
y guardaré tus preceptos.

Yo te invoco, sálvame,
y guardaré tus dictámenes.

Me adelanto a la aurora y pido auxilio,
en tu palabra espero.

Mis ojos se adelantan a las vigilias de la noche,
a fin de meditar en tu promesa.

Por tu amor, Yahveh, escucha mi voz,
por tus juicios, vivifícame.

Se acercan a la infamia los que me persiguen,
se alejan de tu ley.

Tú estás cerca, Yahveh,
todos tus mandamientos son verdad.

De tus dictámenes sé desde hace tiempo
que para siempre los fundaste.

Mira mi aflicción y líbrame,
porque tu ley no olvido.

Aboga por mi causa tú, rescátame,
dame la vida conforme a tu promesa.

Lejos de los impíos la salvación,
pues no van buscando tus preceptos.

Muchas son tus ternuras, Yahveh,
por tus juicios, vivifícame.

Numerosos mis perseguidores y adversarios,
yo no me aparto de tus dictámenes.

He visto a los traidores, me disgusta
que no guarden tu promesa.

Mira que amo tus ordenanzas, Yahveh,
dame la vida por tu amor.

Es verdad el principio de tu palabra,
por siempre, todos tus justos juicios.

Príncipes me persiguen sin razón,
mas mi corazón teme tus palabras.

Me regocijo en tu promesa
como quien halla un gran botín.

La mentira detesto y abomino,
amo tu ley.

Siete veces al día te alabo
por tus justos juicios.

Mucha es la paz de los que aman tu ley,
no hay tropiezo para ellos.

Espero tu salvación, Yahveh,
tus mandamientos cumplo.

Mi alma guarda tus dictámenes,
mucho los amo.

Guardo tus ordenanzas y dictámenes
que ante ti están todos mis caminos.

Mi grito llegue hasta tu faz, Yahveh,
por tu palabra dame inteligencia.

Mi súplica llegue ante tu rostro,
por tu promesa líbrame.

Mis labios proclaman tu alabanza,
pues tú me enseñas tus preceptos.

Mi lengua repita tu promesa,
pues todos tus mandamientos son justicia.

Venga tu mano en mi socorro,
porque tus ordenanzas he escogido.

Anhelo tu salvación, Yahveh,
tu ley hace mis delicias.

Viva mi alma para alabarte,
y ayúdenme tus juicios.

Me he descarriado como oveja perdida:
ven en busca de tu siervo.
No, no me olvido de tus mandamientos.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.