ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 21 de diciembre

Homilía

Nos encontramos en el último Domingo de Adviento. Jesús está a las puertas. Vale la pena cambiar nuestro corazón para acogerlo. Él no es un teorema que aceptar, sino un niño que acoger. Él viene para quedarse: se confía precisamente a ti. Debemos abrir las puertas del corazón y hacerle espacio. De lo contrario no hay Navidad. No hay Navidad sin nuestro corazón. Por esto debemos preguntarnos: ¿qué Navidad estamos preparando? ¿Qué Navidad queremos para este mundo, marcado por el miedo y la incertidumbre, que acepta la guerra y la injusticia, incierto y arrogante al mismo tiempo, que aleja con facilidad y molestia a los débiles, que lo quiere todo pero sin el riesgo del amor y de la responsabilidad, que cierra las puertas del corazón y de las casas? Un mundo que tiene mucho, pero tan disoluto y lleno de preocupaciones que no hace sitio a ningún otro. Un mundo que se cansa enseguida, que no quiere tener molestias. Un mundo banal y egocéntrico que lo quiere todo para sí. Verdaderamente no nace nada nuevo en las carreras ajetreadas del consumo. Allí no encontramos lo que es nuevo. ¿Dónde está la Navidad? Nosotros somos hombres materiales y tratamos de contentar a los demás a través de regalos. Pero ¡qué poco queremos regalar nuestra vida! Pensamos poco en ese niño extranjero: pensamos que no vale nada, que es débil, que no tiene nada que ver con nosotros, que no tiene nada que darnos a cambio. ¡Cuántas preocupaciones para las compras y qué poco espacio para buscar el amor verdadero! En efecto, ¡el gran regalo que debemos hacer no son las cosas sino el amor! Y esto no se compra: se acoge, se aprende junto a aquel Niño que pide nacer.
Dios no escoge para nacer los palacios importantes de la vida social de Israel. María es una pobre joven de Nazaret, una pequeñísima aldea de la periférica Galilea. La ha escogido para hacerse hombre, para hacerse “carne”. Con María hubo Navidad, a partir de su corazón que acogió al Señor. Desde entonces es Navidad cuando el Señor encuentra casa en el corazón de los hombres. Es triste la afirmación del evangelista cuando advierte que “no tenían sitio en el albergue”. La casa que Dios busca es totalmente humana. “Templo de Dios sois vosotros”, recordará el apóstol. Aquel niño no tendrá donde reposar la cabeza porque ha elegido estar en todos lados con nosotros. Dice: “Mira que estoy a la puerta y llamo”. Si le abrimos la puerta del corazón se quedará con nosotros. “Y la Palabra se hizo carne y puso su Morada entre nosotros”, escribe el evangelista Juan. María, que es la primera en escuchar la Palabra y hacerse disponible, es la primera casa de Dios, es el arca de la alianza. Con ella, toda la humanidad se convierte en casa de Dios. Al ángel que se le apareció le dijo: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”. María no espera, no se toma su tiempo. No tiene todo claro pero dice sí. No ve los frutos de inmediato, no acepta porque ha obtenido pruebas: deja espacio a la Palabra de Dios. Su prima Isabel dirá “¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!”. Es la primera bienaventuranza del Evangelio.
Abramos nuestro corazón al Evangelio y el mundo será liberado de la enemistad y se abrirá al amor. Hagámonos cargo de la debilidad de Dios y de los hombres para encontrar el amor que no acaba. Preparemos también físicamente un lugar para quien no lo tiene. ¡No dejemos a nadie solo! Navidad es acoger a ese niño y a todo el que es pobre y débil como él. Esto es Navidad. María está delante de nosotros: imitémosla para ser libres para amar y para no convertirnos en siervos de nosotros mismos o de las cosas. Nada es imposible para Dios. Nada es imposible para quien cree. Y pidamos al Señor que derrita la frialdad de nuestro corazón, que venza los miedos que nos bloquean, y que nos libre del omnipresente amor por nosotros mismos.
Ven pronto, Señor, a nuestro mundo lleno de miedos y de violencia. Ven Señor, enséñanos a reconocerte y a hacerte espacio, para renacer contigo a una nueva vida.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.