ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 13 de enero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hebreos 2,5-12

En efecto, Dios no sometió a los ángeles el mundo venidero del cual estamos hablando. Pues atestiguó alguien en algún lugar: ¿Qué es el hombre, que te acuerdas de él? ¿O el hijo del hombre, que de él te preocupas? Le hiciste por un poco inferior a los ángeles; de gloria y honor le coronaste. Todo lo sometiste debajo de sus pies. Al someterle todo, nada dejó que no le estuviera sometido. Mas al presente, no vemos todavía que le esté sometido todo. Y a aquel que fue hecho inferior a los ángeles por un poco, a Jesús, le vemos coronado de gloria y honor por haber padecido la muerte, pues por la gracia de Dios gustó la muerte para bien de todos. Convenía, en verdad, que Aquel por quien es todo y para quien es todo, llevara muchos hijos a la gloria, perfeccionando mediante el sufrimiento al que iba a guiarlos a la salvación. Pues tanto el santificador como los santificados tienen todos el mismo origen. Por eso no se avergüenza de llamarles hermanos cuando dice: Anunciaré tu nombre a mis hermanos; en medio de la asamblea te cantaré himnos. Y también:

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

“¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él? ¿O el hijo del hombre, para que de él te preocupes?”. El autor de la Carta cita el salmo 8 para recordar a los creyentes lo extraordinario del amor de Dios: para salvar al hombre del poder del mal y de la muerte, no solo se queda en las alturas mirando, sino que envía a su propio Hijo para que cuide de nosotros y nos salve. Para el Señor, los hombres no son una nimiedad sino el objeto de su amor. ¡Hasta deja el cielo para venir a nuestro encuentro y salvarnos! A veces pensamos que Dios nos ha abandonado, que está distante, que es sordo a nuestras invocaciones, insensible a nuestro sufrimiento. En verdad somos nosotros los distantes, los que estamos concentrados sobre nosotros mismos que no nos damos cuenta de que Dios está cerca, mucho más cerca de lo que pensamos. Dios ha enviado a su Hijo sobre la tierra para que cargase sobre los hombros con toda la mole del sufrimiento humano, para que experimentase la violencia del mal para vencerlo también para nosotros. Por tanto, Dios no está lejos de nosotros, es más, cuando el sufrimiento se apodera de nosotros él se acerca hasta cargar sobre sí con nuestro dolor y nuestro sufrimiento. Su amor por nosotros verdaderamente no tiene límites. Por amor envía a su proprio Hijo sobre la tierra para que “llevara muchos hijos a la gloria” (v. 10). Por esto el Hijo bajó hasta lo más profundo de la historia humana, para recoger a todos y llevarlos salvados al cielo. Así se ha convertido para todos los hombres en el que “iba a guiarlos a la salvación” (v. 10). Era Hijo del Altísimo pero no se avergonzó de nosotros, de nuestro pecado, de nuestra pobreza. Al contrario, dijo al Padre: «Anunciaré tu nombre a mis hermanos; en medio de la asamblea te alabaré» (v. 12). Para aquellos cristianos que vivían bajo la pesadilla de las persecuciones y de los sufrimientos, este anuncio era una gran consolación. Acojamos también nosotros estas palabras porque todavía hoy son fuente de consolación para quien sufre y está orpimido. Jesús se ha convertido en el “sumo sacerdote” para los creyentes y para toda la humanidad. Es la primera vez que se utiliza en el Nuevo Testamento el título de «sumo sacerdote» aplicado a Jesús. No lo aleja de los hombres, al contrario, lo revela como el verdadero intercesor que salva. En la comunión que une el Padre, el Hijo y la comunidad de los hermanos y de las hermanas contemplamos el misterio mismo de la Iglesia, que es una comunidad admitida a la presencia de Dios por su sumo sacerdote, Jesucristo. Unidos a Jesús, también nosotros nos convertimos en sacerdotes que interceden junto al altar de Dios por los enfermos, los perseguidos y por toda la humanidad.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.