ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 16 de enero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hebreos 4,1-5.11

Temamos, pues; no sea que, permaneciendo aún en vigor la promesa de entrar en su descanso, alguno de vosotros parezca llegar rezagado. También nosotros hemos recibido una buena nueva, lo mismo que ellos. Pero la palabra que oyeron no aprovechó nada a aquellos que no estaban unidos por la fe a los que escucharon. De hecho, hemos entrado en el descanso los que hemos creído, según está dicho: Por eso juré en mi cólera: ¡No entrarán en mi descanso! Y eso que las obras de Dios estaban terminadas desde la creación del mundo, pues en algún lugar dice acerca del día séptimo: Y descansó Dios el día séptimo de todas sus obras. Y también en el pasaje citado: ¡No entrarán en mi descanso! Esforcémonos, pues, por entrar en ese descanso, para que nadie caiga imitando aquella desobediencia.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La tentación de los cristianos, de la que el autor de la Carta nos quiere alertar, es análoga a la que tuvieron los israelitas al llegar a las puertas de Caná, es decir, la tentación de quedarse atrás y no entrar en la tierra prometida, en definitiva, echarse atrás ante el amor de Dios, no dejarse envolver por su abrazo. Sin embargo, esta es precisamente la buena noticia que el Señor ha venido a dar a la humanidad. Y en el nuevo tiempo iniciado por Jesús todo esto está todavía más claro: él ha venido a la tierra para amarnos; no solo no nos quita nada sino que nos lo da todo. Podríamos decir que tampoco él «se queda atrás», ha descendido hasta ofrecer incluso su vida por nosotros. Por el contrario, somos nosotros los tentados a no “entrar en su descanso”. Muchas veces tenemos miedo de dejarnos abrazar por el Señor, de dejarnos amar por él. Preferimos la tristeza de estar solos. El autor llama “desobediencia” a esta actitud que nos lleva a preferirnos nosotros mismos más que el descanso que Dios nos propone. Es sabio reconocer el miedo que tenemos de dejarnos confortar por la Palabra y la misericordia de Dios, pero Jesús viene a nuestro encuentro y nos dice: “«Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso” (Mt 11,28). El «descanso», el reposo que se nos propone es el abrazo de amor de Dios que experimentamos en la maternidad de la Iglesia, de la comunidad. La Palabra que se nos dirige cada día mientras el Señor nos abraza alivia las heridas del corazón, da paz y hace crecer en la caridad y en la alegría. El amor que el Señor nos da es una energía que transforma y edifica una comunión entre hermanos y hermanas similar a una casa acogedora y firme. La Iglesia, la comunidad de hermanos y hermanas, ya vive desde ahora el «descanso», el «séptimo día», el que ve a Dios reinar con amor sobre todos. Tiene razón el autor cuando exhorta a los creyentes para que entren deprisa en el descanso: «Esforcémonos, pues, por entrar en ese descanso, para que nadie caiga imitando aquella desobediencia». Efectivamente, entrar en el «descanso» significa formar parte de la vida de la comunidad. Para el autor, el «descanso» es como la morada de Dios en la que los cristianos están invitados a entrar, el don que los cristianos reciben formando parte de la comunidad cristiana, donde son amados y custodiados. En ella se explica la Palabra, y en la fraternidad cada uno es conducido hacia el amor por el hermano, hacia la caridad por los pobres, a la construcción de la paz entre todos. Precisamente en este contexto se teje el elogio de la Palabra de Dios, verdadero y firme fundamento, roca sobre la que se edifica la casa. Ciertamente es un cimiento que se coloca de una vez por todas, pero es también una piedra viva porque cada día «refunda», refuerza la comunidad. En efecto, la Palabra de Dios alimenta con un alimento siempre nuevo, apto para cualquier edad espiritual, y sostiene a los creyentes para que sepan erradicar el mal y edificar el bien.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.