ORACIÓN CADA DÍA

Oración por la Paz
Palabra de dios todos los dias

Oración por la Paz

Oración por la unidad de las Iglesias. Recuerdo especial de las Iglesias ortodoxas. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración por la Paz
Lunes 19 de enero

Oración por la unidad de las Iglesias. Recuerdo especial de las Iglesias ortodoxas.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hebreos 5,1-10

Porque todo Sumo Sacerdote es tomado de entre los hombres y está puesto en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios para ofrecer dones y sacrificios por los pecados; y puede sentir compasión hacia los ignorantes y extraviados, por estar también él envuelto en flaqueza. Y a causa de esa misma flaqueza debe ofrecer por los pecados propios igual que por los del pueblo. Y nadie se arroga tal dignidad, sino el llamado por Dios, lo mismo que Aarón. De igual modo, tampoco Cristo se apropió la gloria del Sumo Sacerdocio, sino que la tuvo de quien le dijo: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy. Como también dice en otro lugar: Tú eres sacerdote para siempre, a semejanza de Melquisedec. El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen, proclamado por Dios Sumo Sacerdote a semejanza de Melquisedec.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este pasaje de la Carta a los Hebreos nos ayuda a reflexionar todavía sobre Jesús “Sumo Sacerdote”. En la tradición del Templo, el Sumo Sacerdote era el único que podía entrar una vez al año en el Santo de los Santos, la parte más interna del de Jerusalén, en el día del Kippur, el día de la Expiación, es decir, el día en que Dios perdonaba los pecados de su pueblo. Jesús es presentado en esta Carta como el nuevo Sumo Sacerdote. En efecto, a causa del sufrimiento padecido y de la obediencia hecha a Dios, él se ha convertido en causa de salvación para todos. Ya no es necesario ofrecer sacrificios de expiación para el perdón de los pecados en el Templo de Jerusalén: Jesús mismo, por el sufrimiento padecido, es el que ahora nos da el perdón y la salvación. El autor interpreta la vida terrena de Jesús como una oferta sacerdotal de “ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarlo de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente”. Él, hijo de Dios, es declarado sacerdote a la manera de Melquisedec, el sacerdote del que se habla en el libro del Génesis en el capítulo 14 y después en el Salmo 110, citado por el autor de la Carta. Melquisedec, rey de Salem (Jerusalén) va al encuentro de Abrahán ofreciéndole pan y vino y bendiciéndole: “Bendito sea Abrán del Dios Altísimo, creador de cielos y tierra”. No era un sacerdote del Dios de Israel, pero reconoció en Abrahán la presencia del Dios Altísimo. El autor de la Carta parece decirnos que, con Jesús, comienza de nuevo una historia en la que se pueden reconocer todos los pueblos que se someterán a Él, sacerdote y mediador de la nueva alianza. A través de Jesús cada uno de nosotros, independientemente del pueblo al que pertenezca, puede formar parte en el sacrificio de salvación que Jesús ha ofrecido sobre la cruz. Es más, cada uno de nosotros, a través de su testimonio, puede ayudar a los demás, también al que está lejos de Dios, a reconocer al Dios Altísimo, al Padre de Jesús. No debemos olvidar que también Jesús fue llamado a la obediencia: es decir, no hizo su voluntad sino la de Dios Padre. Si ha sido así para Jesús, ¿cuánto más debe serlo para nosotros? También nosotros -que con mucha frecuencia solo nos obedecemos a nosotros mismos y nuestras tradiciones- estamos llamados a obedecer al Padre. Así recibiremos la bendición que Él nos ofrece por pertenecer a su alianza y no a nosotros mismos, la de convertirnos en un pueblo grande que anuncia la paz.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.