ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Liturgia del domingo

III del tiempo ordinario
Memoria della conversione di Paolo sulla via di Damasco. Memoria anche di Anania, che battezzò Paolo, predicò il Vangelo e morì martire. Oggi si conclude la settimana di preghiera per l'unità dei cristiani. Preghiera per l'unità delle Chiese. Memoria particolare delle comunità cristiane in Asia e Oceania.
Leer más

Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 25 de enero

Homilía

El Evangelio nos ha anunciado la llamada de Jesús a los primeros discípulos. No es solo una historia pasada. Es para decirnos que Jesús sigue todavía llamando a los hombres para que lo sigan. Sí, sigue recorriendo las calles del mundo de hoy y llamando a hombres y mujeres para que apresuren con él los días del reino de Dios en la tierra. Él pasa, ve y llama. No da órdenes como un general: habla como alguien que tiene autoridad. No explica una lección como un profesor: es el único maestro. No escucha distraídamente o sin decir nada: es un amigo que indica un camino. No habla para sí como un egocéntrico: llama para edificar una fraternidad nueva. No juzga todo y todos como hacemos nosotros, que nos creemos más inteligentes que los demás: él nos explica nuestro pecado y nos ofrece el camino de la salvación. En efecto, el Evangelio no es un código moral, aunque nos enseña lo que cuenta de verdad y nos ayuda a confrontarnos con el amor. No es un libro que una vez leído se deja, es más, cuanto más lo abrimos más lo comprendemos. Es Evangelio, es decir, buena noticia. ¡Cuántas noticias malas escuchamos, que a veces producen angustia y miedo! El Evangelio es la noticia más hermosa que nos puede llegar: es el anuncio de que Dios –es decir, el amor, el misterio de la vida, el sentido de la existencia- te habla, se dirige a ti, quiere que le sigas, le gusta que estés con él: te necesita. El Evangelio es Dios mismo que te dice: te quiero, quiero que estés conmigo; quiero que tu vida sea hermosa; quiero que seas feliz. ¡Sígueme! De lo contrario seguirás a muchos señores de este mundo y serás prisionero de ti mismo.
El evangelista Marcos hace comenzar la predicación del Evangelio tras saber del arresto del Bautista: “Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea y proclamaba la Buena Nueva de Dios”. La palabra de justicia, severa y exigente, que salía de la boca de este profeta en el desierto había sido encadenada por el poder de Herodes. La tierra de Palestina estaba desmoronada, como un desierto sin palabras verdaderas, todos estaban condicionados por el ambiguo poder de Herodes. Jesús sintió con urgencia la necesidad de hacer resonar nuevamente en los oídos y sobre todo en el corazón de los hombres una palabra de esperanza en el adviento de un mundo nuevo. Dejó a sus espaldas la región del Jordán y se dirigió a Galilea, la región más periférica y con peor fama de Palestina. Y comenzó a esparcir por las calles y plazas de esa tierra el anuncio evangélico: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva”.A aquellos pobres hombres y mujeres galileos Jesús les anuncia que ha terminado el tiempo de los violentos y los usurpadores, de los arrogantes y los prevaricadores, ha terminado el tiempo en el que los hombres son abandonados al mal y se abandonan unos a otros, en que no se aman y no son amados. Ha terminado, en definitiva, el tiempo de la esclavitud. Y ha comenzado el tiempo de la libertad del Reino de Dios: un reino de paz, de solidaridad, de amistad, de perdón, de renovación de los corazones y de la vida.
Este Evangelio se nos anuncia hoy también a nosotros, y es una ocasión oportuna para aprovechar. No solo porque nuestros días no son tan diferentes a los del Bautista, sino también porque es urgente tomar la decisión de renovar nuestra vida personal y la de la sociedad. De vez en cuando llega un momento oportuno que debe ser aprovechado, un momento en el que la palabra “renacer” adquiere un nuevo sabor de concreción. Es un momento de decisión. Las mismas condiciones políticas empujan en este sentido, aunque el campo de decisión es mucho más amplio y toca las raíces mismas de nuestra existencia. La nuestra es una situación análoga a la descrita en el Evangelio de hoy para Simón y Andrés, su hermano, ocupados con su trabajo de siempre. Jesús les encontró mientras estaban largando las redes y les llamó: “Venid conmigo, y os haré llegar a ser pescadores de hombres”. Lo mismo sucede más adelante con otros dos hermanos, Santiago y Juan, también ellos enfrascados en su pesca. Los cuatro dejaron las redes de pescadores de peces para tomar las de pescadores de hombres. Ya no tendrían que pescar para ellos, la llamada desviaba su atención, su preocupación, su misma vida: tendrían que pescar para otros, para la edificación de un Reino que incluyera un destino común para los hombres. De esa decisión nacieron los primeros discípulos, y nadie puede encontrar un camino distinto al indicado por Marcos.
¿Por qué seguir a aquel joven maestro? ¿Por qué dejar las preocupaciones de siempre? El Evangelio no muestra a Jesús que explica su programa y pide una adhesión. En definitiva, Jesús no se detiene a convencer. Solo dice: “¡Seguidme! Os haré pescadores de hombres”. Les pide que dejen de pescar para ellos, que lo hagan para los demás; que no pierdan el corazón y la única vida que tienen buscando cosas para ellos, y que le ayuden a encontrar con amor a otros hombres; que le ayuden a sacar del mar confuso del mundo, de la soledad que muchas veces da miedo, a muchos otros hombres y mujeres envolviéndolos con las redes de la amistad. Todos los hombres necesitan ser amados. El Evangelio no nos hace sacrificar nada de nuestra vida. Es más, nos ayuda a perder lo que no sirve, es decir, el orgullo, el egocentrismo y el amor miope por nosotros mismos. Y nos da cien veces más en hermanos, hermanas, padres y madres. Aquellos cuatro primeros llamados intuyeron la fuerza y la belleza de la llamada. Y, de inmediato, dejaron las redes. Había prisa. El tiempo era breve, y también lo es para nosotros. ¡No somos eternos! El amor quiere llegar pronto, no quiere desperdiciar las ocasiones. Ciertamente, aquellos hombres no habían comprendido todo. ¡Tampoco nosotros hemos comprendido todo! Pero escogieron tomar en serio esa palabra de amistad. Decían los padres de la Iglesia: “Comprende que eres un universo en pequeño. ¿Quieres escuchar otra voz para no considerarte pequeño y vil? Esa voz es el Evangelio de Jesús que entra en el universo pequeño de nuestro corazón para abrirlo con dulce insistencia y hasta el final, incluso cuando solo vemos oscuridad ante nosotros, sigue proponiéndonos: “Sígueme”.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.