ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 29 de enero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hebreos 10,19-25

Teniendo, pues, hermanos, plena seguridad para entrar en el santuario en virtud de la sangre de Jesús, por este camino nuevo y vivo, inaugurado por él para nosotros, a través del velo, es decir, de su propia carne, y con un Sumo Sacerdote al frente de la casa de Dios, acerquémonos con sincero corazón , en plenitud de fe, purificados los corazones de conciencia mala y lavados los cuerpos con agua pura. Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el autor de la Promesa. Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras, sin abandonar vuestra propia asamblea, como algunos acostumbran hacerlo, antes bien, animándoos: tanto más, cuanto que veis que se acerca ya el Día.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Concluída la disertación doctrinal sobre Jesús sumo sacerdote, el autor recuerda a los creyentes las consecuencias que deben extraer. La unión con la «carne» de Cristo, con Su cuerpo, nos acoge en el santuario donde Él entró antes que nosotros. Es fácil pensar que el autor se refiera a la Eucaristía entendida como el camino más directo para entrar en el santuario, es decir, para encontrarse directa y personalmente con el Señor. La comunión con el Cuerpo de Cristo es, en efecto, comunión directa con Dios y, por tanto, con todos los hermanos. El autor utiliza el término “plena confianza”, que indica, según el contexto de la antigua Grecia, la «libertad de decirlo todo», es decir, el derecho a ser ciudadanos de pleno derecho de la ciudad. Recibir este derecho de “parresía” significa tener la libertad de dirigirse a Dios sin intermediarios y, por tanto, poder hablar con Él con la total confianza de hijos. Es el «camino» que Jesús ha inaugurado para nosotros y que la Carta exhorta a recorrer sin temor: «Acerquémonos con sincero corazón, en plenitud de fe, purificados los corazones de conciencia mala y lavado el cuerpo con agua pura». Vivir en la comunidad, participando en la Santa Liturgia, en la comunión fraterna, en el amor por los más pobres, en el trabajo para que la vida de todos sea más serena, todo esto significa recorrer el camino que Jesús nos ha abierto. Por eso la Carta exhorta a los creyentes a estimularse mutuamente en el amor y a ser generosos en las «buenas obras». Y quien abandona las asambleas es advertido de que actuando así se aleja del santuario, es decir, de Dios mismo. El peligro de la apostasía, es decir, del abandono de la fe, antes incluso que una cuestión teórica, es un problema de corazón, o mejor dicho, de confiar la vida al Señor. Hay que entender que el abandono no se produce de manera repentina; se empieza descuidando las reuniones de la comunidad, quedándose en silencio, hasta derivar poco a poco en la ruptura de la comunión. De hecho, en las reuniones nos “animamos” mutuamente, y se refuerza no solo la fraternidad sino también la fe. Debemos reconocer que la costumbre a nosotros mismos lleva con frecuencia a privilegiar los compromisos personales más que los de la comunidad cristiana en la que se vive. Es en la escucha común de la Palabra de Dios, en la oración, en la celebración eucarística, donde cada uno puede encontrar la gracia y el perdón que vienen del Señor Jesús que ha dado la vida por nosotros, y encontrar esa fraternidad y esa comunión que muchas veces en la vida cotidiana se pierden.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.