ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Madre del Señor

Recuerdo de santa Escolástica (ca. 480 - ca. 547), hermana de san Benito. Con ella recordamos a las ermitañas, las monjas y las mujeres que siguen al Señor. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 10 de febrero

Recuerdo de santa Escolástica (ca. 480 - ca. 547), hermana de san Benito. Con ella recordamos a las ermitañas, las monjas y las mujeres que siguen al Señor.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Génesis 1,20-2,4

Dijo Dios: "Bullan las aguas de animales vivientes, y aves revoloteen sobre la tierra contra el firmamento celeste." Y creó Dios los grandes monstruos marinos y todo animal viviente, los que serpean, de los que bullen las aguas por sus especies, y todas las aves aladas por sus especies; y vio Dios que estaba bien; y bendíjolos Dios diciendo: "sed fecundos y multiplicaos, y henchid las aguas en los mares, y las aves crezcan en la tierra." Y atardeció y amaneció: día quinto. Dijo Dios: "Produzca la tierra animales vivientes de cada especie: bestias, sierpes y alimañas terrestres de cada especie." Y así fue. Hizo Dios las alimañas terrestres de cada especie, y las bestias de cada especie, y toda sierpe del suelo de cada especie: y vio Dios que estaba bien. Y dijo Dios: "Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra, y manden en los peces del mar y en las aves de los cielos, y en las bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todas las sierpes que serpean por la tierra. Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya,
a imagen de Dios le creó,
macho y hembra los creó. Y bendíjolos Dios, y díjoles Dios: "Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que serpea sobre la tierra." Dijo Dios: "Ved que os he dado toda hierba de semilla que existe sobre la haz de toda la tierra, así como todo árbol que lleva fruto de semilla; para vosotros será de alimento. Y a todo animal terrestre, y a toda ave de los cielos y a toda sierpe de sobre la tierra, animada de vida, toda la hierba verde les doy de alimento." Y así fue. Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien. Y atardecío y amaneció: día sexto. Concluyéronse, pues, los cielos y la tierra y todo su aparato, y dio por concluida Dios en el séptimo día la labor que había hecho, y cesó en el día séptimo de toda la labor que hiciera. Y bendijo Dios el día séptimo y lo santificó; porque en él cesó Dios de toda la obra creadora que Dios había hecho. Esos fueron los orígenes de los cielos y la tierra, cuando fueron creados. El día en que hizo Yahveh Dios la tierra y los cielos,

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Nos encontramos en la segunda parte del primer relato de la creación, que culmina con la creación del hombre y de la mujer, y con la afirmación del sábado. Toda la narración de la creación tiende hacia esta última parte. Mientras se dispone a crear al hombre, Dios toma una decisión solemne, como muestra el plural: “Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra… Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya… macho y hembra los creó”. En seguida nos damos cuenta de la elección de Dios: el ser humano (“hombre” en hebreo es un término que se refiere no al varón sino al ser humano formado de la tierra) lleva en sí la imagen de Dios, es decir, una gran dignidad. Y subrayando que es “macho y hembra” indica a la vez la diversidad y la igualdad. Se podría decir que solo juntos se asemejan a Dios: no existe el hombre solo o la mujer sola, existe una persona que necesita de la otra, y ambos muestran la semejanza con Dios. La bendición divina mantiene la persona humana en una relación especial con el Señor, que le confía el gobierno de la creación, un gobierno que nunca es absoluto porque todo depende de Dios y no de él. La creación del ser humano se concluye con la constatación: “Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien”. Por séptima vez Dios mismo contempla las obras creadas y afirma su bondad. De Dios solo procede el bien, no el mal, que será obra del maligno, así como de Dios viene la vida. Dios se complace de tal forma en la existencia del ser humano como para decir que “todo estaba muy bien”, no solo “bien”, como para el resto de obras creadas. Sin embargo no todo ha concluido, o mejor dicho, el cumplimiento de la creación no son el hombre y la mujer sino el sábado: “y dio por concluida Dios en el séptimo día la labor que había hecho, y cesó en el día séptimo de toda la labor que hiciera. Y bendijo Dios el día séptimo y lo santificó”. Tres acciones de Dios tienen lugar el séptimo día: ante todo dio por concluida la creación, luego bendice y consagra el séptimo día. ¿Qué significa esto? Sin el sábado, el día en el que el ser humano reconoce la obra de Dios y lo alaba, la creación no está completa, le falta algo esencial. Comprendemos el sentido del sábado para los judíos, y del domingo para los cristianos: si el hombre y la mujer no reconocen la obra de Dios y no ven su presencia cada día a la creación le falta algo fundamental, sin la cual no alcanza la plenitud. En definitiva, el hombre y la mujer no han sido creados para permanecer encerrados en sí mismos, sino que deben abrirse a Dios, a su tiempo y su diseño de amor. Es el sentido verdadero que se debe vivir en las fiestas y en la alabanza a Dios. Por ello Dios no solo bendice, como había hecho con el hombre y la mujer, sino que “consagra” el séptimo día, es decir, hace de él el día de Dios en el tiempo del hombre.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.