ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 11 de febrero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Génesis 2,4-9.15-17

Esos fueron los orígenes de los cielos y la tierra, cuando fueron creados. El día en que hizo Yahveh Dios la tierra y los cielos, no había aún en la tierra arbusto alguno del campo, y ninguna hierba del campo había germinado todavía, pues Yahveh Dios no había hecho llover sobre la tierra, ni había hombre que labrara el suelo. Pero un manantial brotaba de la tierra, y regaba toda la superficie del suelo. Entonces Yahveh Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente. Luego plantó Yahveh Dios un jardín en Edén, al oriente, donde colocó al hombre que había formado. Yahveh Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles deleitosos a la vista y buenos para comer, y en medio del jardín, el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal. Tomó, pues, Yahveh Dios al hombre y le dejó en al jardín de Edén, para que lo labrase y cuidase. Y Dios impuso al hombre este mandamiento: "De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio."

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La sagrada Escritura narra una segunda vez la creación, como si quisiera hacer hincapié en el vínculo originario del hombre y de la creación con Dios. La Biblia no pretende proponer una verdad científica sobre los orígenes de la especie humana o del mundo, sino afirmar que la vida es santa porque es obra de Dios y le pertenece. El hombre, todo hombre, está llamado a honrarla, respetarla y defenderla. Solo Dios es el Señor de la vida. Esta página parece poner en el centro del relato la preocupación de Dios por el hombre: lo forma de la tierra, insufla en él la vida y lo pone en el jardín. La vida viene de Dios, como indica ese “aliento” que insufla en él. Y le confía la tarea de cultivar y custodiar la belleza de aquel jardín. Dios ha puesto al hombre como guardián de la tierra y la creación, no para mangonearla o peor, destruirla. ¡Qué valiosa y previsora esta doble tarea que Dios confía al hombre! Ante todo el hombre debe “cultivar” la creación. El verbo hebreo indica “servir”, y también “trabajar”. El ser humano está llamado al servicio de ese jardín que es la tierra, el universo en el que Dios lo ha puesto; debe cuidar de él, debe cultivarlo para que produzca sus frutos y se conviertan en un beneficio para toda la familia humana. Y debe también “custodiar” la tierra: no somos los dueños absolutos de la creación y no podemos plegarla a nuestros deseos. Nuestra primera tarea no es dominar, poseer, sino precisamente “custodiar”, es decir, acompañar la tierra con esmero y cuidar de ella con amor. Ese jardín se sitúa también en la perspectiva de la tierra prometida, que Dios dará como regalo a su pueblo. Solo si Israel “la sirve y la custodia” seguirá poniendo de manifiesto el don de Dios; de otro modo correrá el riesgo de perderla, como sucederá con el exilio en Babilonia. Existe además un árbol en el jardín. Por un lado ese árbol marca un límite que no se puede traspasar, pero por otro indica la posibilidad de la amistad con Dios. Ese árbol representa la tentación del orgullo del hombre de volverse como Dios, amo de sí mismo y de los demás. En realidad solo Dios es el Señor, y todos los hombres son limitados. Sin esta sabiduría del límite se corre el riesgo de perder el jardín, de alejar de sí al Señor. No es el Señor quien nos aleja; somos nosotros los que decidimos alejarlo de nosotros como queriendo ocupar su lugar. Sin la obediencia al Señor ponemos en peligro nuestra vida y la del mundo; sin una palabra que nos ayude a discernir el bien y el mal corremos el riesgo de ponernos como dueños absolutos de nuestro destino. El creyente sabe que solo escuchando al Señor, caminando con él como hacían al comienzo Adán y Eva, es posible gozar de su amor y vivir la vida en plenitud.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.