ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 3 de marzo


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Isaías 1,10.16-20

Oíd una palabra de Yahveh,
regidores de Sodoma.
Escuchad una instrucción de nuestro Dios,
pueblo de Gomorra. lavaos, limpiaos,
quitad vuestras fechorías de delante de mi vista,
desistid de hacer el mal, aprended a hacer el bien,
buscad lo justo,
dad sus derechos al oprimido,
haced justicia al huérfano,
abogad por la viuda. Venid, pues, y disputemos
- dice Yahveh -:
Así fueren vuestros pecados como la grana,
cual la nieve blanquearán.
Y así fueren rojos como el carmesí,
cual la lana quedarán. Si aceptáis obedecer,
lo bueno de la tierra comeréis. Pero si rehusando os oponéis,
por la espada seréis devorados,
que ha hablado la boca de Yahveh.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

En consonancia con la invitación a vivir este tiempo de Cuaresma en la penitencia y la conversión, la liturgia nos ofrece esta página del profeta Isaías. Con las palabras iniciales el profeta presenta el corazón de la fe bíblica: la escucha de la Palabra de Dios. Isaías se dirige a los jefes políticos, que define como “regidores de Sodoma”, y a los hombres malvados a los que llama “pueblo de Gomorra”, los cuales estarían probablemente reunidos en el patio interior del templo participando del culto. La referencia a la ciudad de Gomorra hace explícita en las palabras del profeta la inminencia del juicio de Dios sobre el pueblo de Jerusalén, y advierte con toda severidad: “Oíd una palabra del Señor… Escuchad una instrucción de nuestro Dios” (v. 10). El Señor no se dirige al pueblo con palabras genéricas de exhortación, ni tampoco puede el pueblo estar ante Dios de manera superficial y ritual. Existe una responsabilidad en esta relación. Ya en otras ocasiones a lo largo de las páginas de la Escritura el Señor aclara que no desea un culto ritual separado de la búsqueda de la justicia y del amor por los pobres. El profeta recoge el pensamiento de Dios: “Quitad vuestras fechorías de delante de mi vista” (v. 16). Y a continuación añade: “Desistid de hacer el mal, aprended a hacer el bien, buscad lo justo, dad sus derechos al oprimido, haced justicia al huérfano, abogad por la viuda” (v. 17). Éste es el modo de rendir culto a Dios. Es decir, que no puede haber división entre el culto litúrgico del altar en el templo (y en las iglesias) y el culto de la justicia y de la cercanía a los pobres. Son dos cultos inseparables, y quien los practica regresa a esa infinita misericordia que salva de cualquier pecado. En efecto, dice el Señor: “Así fueren vuestros pecados como la grana, cual la nieve blanquearán” (v. 18). Es la victoria del amor de Dios sobre todo pecado, tan solo con que nos dejemos abrazar, amar e instruir por él: “Si aceptáis obedecer, lo bueno de la tierra comeréis” (v. 19). La Cuaresma es el tiempo oportuno para dejarnos amar y purificar por el Señor.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.