ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 13 de abril


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 3,1-8

Había entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo, magistrado judío. Fue éste donde Jesús de noche y le dijo: «Rabbí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede realizar las señales que tú realizas si Dios no está con él.» Jesús le respondió: «En verdad, en verdad te digo:
el que no nazca de lo alto
no puede ver el Reino de Dios.» Dícele Nicodemo: «¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?» Respondió Jesús: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu
no puede entrar en el Reino de Dios. Lo nacido de la carne, es carne;
lo nacido del Espíritu, es espíritu. No te asombres de que te haya dicho:
Tenéis que nacer de lo alto. El viento sopla donde quiere,
y oyes su voz,
pero no sabes de dónde viene ni a dónde va.
Así es todo el que nace del Espíritu.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

En este tiempo de Pascua, la Liturgia nos abre las páginas del capítulo tercero del Evangelio de Juan y nos presenta a Nicodemo, miembro ilustre del sanedrín, hombre devoto y sin prejuicios. En los capítulos precedentes del evangelio según Juan, el evangelista ha introducido el tema de la fe con las primeras llamadas de los discípulos y los “signos” de Jesús que comenzaban a desvelar su misterio. Ahora presenta a Nicodemo, el primero de una nueva generación, nacida no de la ley de la carne, sino de la potencia del Espíritu. El evangelista nos le presenta en el primer encuentro con el joven maestro de Nazaret. Nicodemo había madurado en su corazón una notable estima por Jesús, pero tenía miedo de manifestarla públicamente, y decide por tanto encontrarse de noche con él. Para el evangelista, el encuentro nocturno indica algo más que la simple observación del miedo de dejarse ver. Verdaderamente es la descripción del camino de un hombre que quiere creer y que por tanto está pasando de la noche de la incredulidad hacia la luz que es Jesús. Está todavía en la oscuridad, pero su “caminar hacia Jesús” expresa el deseo de escuchar una palabra para su vida. El evangelista no dice nada sobre lo que Nicodemo quería preguntar a Jesús. De todos modos, profesaba un respeto religioso hacia este joven maestro: “Rabbí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede realizar los signos que tú realizas si Dios no está con él”. Está sorprendido por las obras que Jesús realiza y sabe bien que todo eso viene de Dios, aunque Jesús no haya sido educado en las célebres escuelas rabínicas de la época. Pero en Nicodemo, hombre culto y “maestro en Israel” hay una hermosa curiosidad y sin embargo pregunta a Jesús de igual a igual, de rabbí a rabbí. Jesús, tras haberle escuchado, parece interrumpirle y, sin esperar la pregunta, se anticipa a Nicodemo y le declara que la condición indispensable para la salvación es nacer “de nuevo”. El evangelista hace decir a Jesús dos palabras griegas que tienen un doble significado: “de lo alto” o “de nuevo”, y “nacer” o “ser engendrado”. En resumen, Jesús dice que para creer es necesario dejarse engendrar de nuevo por Dios, porque la vida viene “del cielo”, no de uno mismo, no de las propias tradiciones, aunque sean religiosas, como eran las de Nicodemo. “Ver el Reino de Dios” significa ver a Jesús como a aquel salva y que libera de la esclavitud del mal y de uno mismo. Nicodemo, quizá un poco irritado, responde: “¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo?”. Jesús no enumera las acciones a realizar y no hace una lista de una serie de preceptos para observar; no obstante, sostiene la necesidad de un cambio total de la vida, desde lo más profundo. Renacer no quiere decir hacer algo más o pensar de forma distinta; renacer significa acoger en el propio corazón al Espíritu de Dios que recrea la vida. El soplo del Espíritu transforma los corazones hasta hacerlos nuevos, capaces de amar y de arriesgarse como antes ni se podía imaginar. El profeta Ezequiel escribe: “Yo les daré un solo corazón y pondré en ellos un espíritu nuevo: quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne, para que caminen según mis preceptos, observen mis normas y las pongan en práctica, y así sean mi pueblo y yo sea su Dios” (Ez 11,19-20). Aquella noche las palabras del profeta se hicieron carne en aquel anciano fariseo y le infundieron una energía de vida nueva: se convirtió en discípulo de Jesús.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.