ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 18 de abril


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 6,16-21

Al atardecer, bajaron sus discípulos a la orilla del mar, y subiendo a una barca, se dirigían al otro lado del mar, a Cafarnaúm. Había ya oscurecido, y Jesús todavía no había venido donde ellos; soplaba un fuerte viento y el mar comenzó a encresparse. Cuando habían remado unos veinticinco o treinta estadios, ven a Jesús que caminaba sobre el mar y se acercaba a la barca, y tuvieron miedo. Pero él les dijo: «Soy yo. No temáis.» Quisieron recogerle en la barca, pero en seguida la barca tocó tierra en el lugar a donde se dirigían.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

En las tempestades de la vida es fácil estar asustados y tener dudas. El sufrimiento nos desconcierta, los desastres naturales nos dejan sin palabras, igual que a veces el abismo del mal, que parece adueñarse de los hombres y las mujeres, nos asusta y nos hace tener dudas y poca confianza en nuestro futuro y en el del mundo. En los momentos difíciles, cuando la resignación se adueña de los corazones, es fácil preguntarse: ¿qué humanidad es esta? ¡Es realmente difícil cambiarla! Son consideraciones que parecen razonables, aun más si se tienen en cuenta los vientos contrarios que agitan a la humanidad en tantas partes del mundo, incluso en este comienzo de milenio. Pueblos enteros siguen estando inmersos en la oscuridad sin tener perspectivas inmediatas de resurrección. Se podría decir que a veces los pesos que oprimen la vida de la gente son similares a la pesadez de aquella piedra que cerraba la tumba del Señor y que desconcertaba a las mujeres cuando iban al sepulcro para ungir el cuerpo muerto de Jesús. En realidad, Jesús no está lejos de nosotros, incluso en los momentos de oscuridad; no está lejos del mundo incluso en los momentos más dramáticos. Jesús sigue caminando aún hoy entre las aguas tempestuosas de la vida de los hombres y se abre camino entre las oleadas y las dudas que nos asaltan, y que hacen nuestra vida triste y difícil. Más bien somos nosotros los que nos olvidamos de él, o peor, los que le rehuimos, como les sucede a los apóstoles aquella tarde. El evangelista escribe que ellos “ven a Jesús que caminaba sobre el mar y se acercaba a la barca, y tuvieron miedo”. ¡También nosotros a menudo, en vez de dejarnos consolar y confortar por el Evangelio y los hermanos preferimos permanecer con nuestro miedo! Por lo demás, el miedo es un sentimiento tan natural y espontáneo que nos parece “nuestro” más que la cercanía del Señor. Pero otra cosa es verdadera: el amor de Jesús por nosotros es más firme que nuestro miedo. Aunque prefiramos permanecer aferrados a la barca de nuestras seguridades ilusorias, creyendo orgullosamente que solos podemos lograr dominar todos los huracanes de la vida. Jesús se acerca a los discípulos y les dice: “Soy yo. No temáis”. Son las palabras buenas que Jesús sigue repitiendo aún hoy a sus discípulos cada vez que se anuncia el Evangelio; y si lo acogemos, como hicieron los discípulos aquella vez, Jesús trae siempre la calma. La seguridad del discípulo no se basa en su fuerza ni en su experiencia, sino en fiarse del Señor. Es el Señor quien viene en nuestra ayuda, quien sube a nuestra barca y nos conduce hasta el puerto seguro.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.