ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los pobres

En Israel es el día de la Conmemoración de la Shoá, en el que se recuerda el exterminio del pueblo judío a manos de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 27 de abril

En Israel es el día de la Conmemoración de la Shoá, en el que se recuerda el exterminio del pueblo judío a manos de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 10,1-10

«En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que escala por otro lado, ése es un ladrón y un salteador; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el portero, y las ovejas escuchan su voz; y a sus ovejas las llama una por una y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz. Pero no seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.» Jesús les dijo esta parábola, pero ellos no comprendieron lo que les hablaba. Entonces Jesús les dijo de nuevo: «En verdad, en verdad os digo:
yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido delante de mí
son ladrones y salteadores;
pero las ovejas no les escucharon. Yo soy la puerta;
si uno entra por mí, estará a salvo;
entrará y saldrá
y encontrará pasto. El ladrón no viene
más que a robar, matar y destruir.
Yo he venido
para que tengan vida
y la tengan en abundancia.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

En esta página del Evangelio Jesús se propone como el “buen pastor” que recoge a las ovejas dispersas y las guía por el camino de Dios. Aunque la imagen sea antigua, es sin embargo más actual que nunca la dispersión y soledad de los hombres y las mujeres. El individualismo, que anida en el corazón de cada hombre, hoy parece ser más fuerte que ayer: la sociedad se ha vuelto más competitiva, más agresiva y por tanto más cruel. El impulso hacia la disgregación es más fuerte que el que lleva hacia la solidaridad: individuos y pueblos sienten sus propios intereses por encima de todo y de todos. Crecen cada vez más las distancias y los conflictos. El sueño de la igualdad se considera incluso peligroso. Hasta se exalta como un valor el hecho de no tener que depender de nadie y no dejarse influenciar ni condicionar nunca por nadie. En este clima crecen y se multiplican los “ladrones” y los “salteadores”, es decir, los que roban la vida de los demás para obtener una ganancia personal. Incluso la vida humana se convierte en una mercancía para vender y robar. La dictadura del mercado no perdona a nadie, y los más débiles son los más castigados y de los que más se abusa. La globalización, que ha acercado a los pueblos, no les ha hecho hermanos. Se necesita un “buen pastor” que conozca a las ovejas y las salve, una a una, conduciéndolas a todas a los pastos para que se alimenten lo suficiente. En cambio, son demasiados los “ladrones” y los “salteadores” que siguen robando la vida de los demás, sobre todo de los más pequeños, los ancianos y los indefensos. Muchos corremos el riesgo de convertirnos en sus cómplices, de hecho, cada vez que nos encerramos en nuestro egocentrismo, no solo somos nosotros mismos su presa, sino que nos convertimos en cómplices de sus robos. No es casualidad que el Papa Francisco haya condenado la globalización de la indiferencia y la ausencia de llanto por el que muere abandonado. San Ambrosio señalaba con razón: “¡Cuántos señores acaban por tener aquellos que rechazan al único Señor!”. Jesús, buen pastor, nos reúne de la dispersión para guiarnos hacia un destino común y, si es necesario, va a buscar personalmente a quien se ha perdido para llevarle de nuevo al redil. Para hacer esto no teme tener que pasar, si es necesario, a través de la muerte, seguro de que el Padre devuelve la vida a quien la gasta con generosidad por los demás. Es el milagro de la Pascua. Jesús resucitado es la puerta que se ha abierto para que nosotros pudiéramos entrar en la vida que no acaba. Jesús no solo no nos roba la vida, por el contrario, nos la da en abundancia, multiplicada para la eternidad.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.