ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Vigilia del domingo

Recuerdo del profeta Isaías. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 9 de mayo

Recuerdo del profeta Isaías.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 15,18-21

«Si el mundo os odia,
sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros. Su fuerais del mundo,
el mundo amaría lo suyo;
pero, como no sois del mundo,
porque yo al elegiros os he sacado del mundo,
por eso os odia el mundo. Acordaos de la palabra que os he dicho:
El siervo no es más que su señor.
Si a mí me han perseguido,
también os perseguirán a vosotros;
si han guardado mi Palabra,
también la vuestra guardarán. Pero todo esto os lo harán por causa de mi nombre,
porque no conocen al que me ha enviado.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús, tras haber hablado de la relación de amor íntima que existe entre los discípulos y él, pasa a hablar del odio del que serán objeto los discípulos en el mundo por parte de las fuerzas del mal. En efecto, hay una irreconciabilidad profunda, radical, entre el amor gratuito que caracteriza al verdadero discípulo de Jesús y la lógica mundana que busca siempre el provecho o, al menos, la contrapartida en toda situación. Esto no quiere decir que uno tenga que sentirse ajeno a la realidad que nos rodea ni aspirar a separarnos completamente de ella. Todos seguimos siendo ciudadanos de este mundo pero, como afirma un antiguo documento cristiano, la Carta a Diogneto, somos al mismo tiempo extranjeros para su mentalidad, insertos en él, pero como peregrinos que se dirigen a la meta de una realidad diferente, mejor. Confrontarse escrupulosamente uno mismo, sus costumbres y sus formas de actuar habituales, con las enseñanzas del Señor es el único modo para comprender de quién somos hijos: de Dios o de la mentalidad de este mundo. Solo si recorremos el camino del amor evangélico seremos signo de contradicción para el mundo, no por una presunta originalidad propia, sino por estar unidos a Jesús, enviado por el Padre para acercarnos a Él. Por lo demás, Jesús no vino para confirmar al mundo en su esclavitud por parte del mal. Jesús vino a combatirlo y liberar a los hombres de la esclavitud que les hace esclavos y víctimas del mal y la perversidad. Jesús ha comenzado una verdadera lucha contra el mal y su poder sobre los hombres. Los discípulos, obviamente, al estar con Jesús recibirán la misma hostilidad que se abate sobre él. Por eso Jesús advierte a los discípulos de entonces y de hoy: “Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros; si han guardado mi palabra, también la vuestra guardarán”. El discípulo que vive el Evangelio se convierte en signo del Señor mismo. Quien le acoge y sigue su ejemplo, acoge e imita a Jesús mismo, y quien desprecia al discípulo desprecia a Jesús mismo. Es lo que fue revelado a Pablo en el camino de Damasco. El Señor le dijo: “Saulo, ¿por qué me persigues?”. En esta pregunta aparece con claridad aquel vínculo estrecho que existe entre Jesús y los discípulos, incluidos nosotros, y explica el porqué de la oposición a los cristianos aún hoy. El mensaje del Evangelio es siempre una alternativa a la mentalidad egocéntrica del mundo.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.