ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 22 de mayo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 21,15-19

Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?» Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis corderos.» Vuelve a decirle por segunda vez: «Simón de Juan, ¿me amas?» Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas.» Le dice por tercera vez: «Simón de Juan, ¿me quieres?» Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: «¿Me quieres?» y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas. «En verdad, en verdad te digo:
cuando eras joven,
tú mismo te ceñías,
e ibas adonde querías;
pero cuando llegues a viejo,
extenderás tus manos
y otro te ceñirá
y te llevará adonde tú no quieras.» Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: «Sígueme.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El pasaje evangélico nos lleva a los días de después de la resurrección. Jesús resucitado se aparece por tercera vez a orillas del lago de Tiberíades. Es el lugar donde Jesús había conocido a los primeros discípulos y les había llamado a seguirle. En aquella misma orilla, como si fuera un nuevo inicio, Jesús se reúne nuevamente con ellos tras la desbandada y la dispersión y le pregunta a Pedro por tres veces sobre el amor antes de confiarle el encargo pastoral en la Iglesia. Jesús sabe que lo único que hará que Pedro esté unido a él para siempre no es el sentido del deber ni la fuerza de voluntad, sino el deseo de devolver con su cariño el amor ilimitado que ha recibido. Por esto Jesús le interroga tres veces seguidas, como si quisiera subrayar que nos encontramos ante la pregunta esencial y continua. Jesús no deja nunca de preguntarnos sobre el amor porque este es perenne; y la pregunta no es solo para Pedro. Jesús pregunta a cada discípulo: ¿Tú me amas?”; y no se trata simplemente de un sentimiento abstracto o que no va más allá de la relación entre Jesús y el discípulo. El amor que Jesús le pide a Pedro está lleno de responsabilidad hacia los demás. Le pide que “apaciente” sus ovejas. El amor de Jesús es siempre un amor responsable con los demás. Nunca el amor es autorreferencial ni independiente del plan de salvación de Jesús. También en ese sentido Pedro es el primero, aquel que enseña cómo amar a Jesús y sentir la responsabilidad sobre los demás hermanos y hermanas. En el diálogo con Jesús, la respuesta de Pedro primero es orgullosa y dolida porque piensa que el Maestro no se fía de él; pero la insistencia de Jesús vence la resistencia de Pedro, pone de manifiesto su debilidad y le hace sentir con fuerza la necesidad de confiar en él una vez más para aprender qué significa amar con todo el corazón, con toda la mente y con todas las fuerzas. Las palabras siguientes abren un resquicio en el futuro del apóstol: “Cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras”. Pedro encontrará finalmente su solidez, que no reposa sobre su fortaleza de ánimo, como pensaba antes, sino más bien en confiar totalmente en el Señor, en dejarse guiar por él para llegar allí donde ni siquiera imaginaba. Así se hace realidad la profecía de un pescador que, con las redes del Evangelio, logrará atraer a multitud de hombres y mujeres hacia el Señor. Pero la acción del pastor no está exenta de la cruz. Así fue para Jesús y lo es también para los discípulos. El itinerario de Pedro es el mismo de los discípulos que quieren seguir el Evangelio: solo con Jesús se alcanza la vida verdadera que pasa también por el sufrimiento. Pedro no sabe a dónde llegará, ni por dónde pasará, sabe que también deberá sufrir, pero la certeza del amor del Maestro le hace capaz de responder, una vez más, a aquella misma invitación que escuchó la primera vez en aquella misma orilla: “¡Sígueme!”.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.