ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 25 de mayo

Salmo responsorial

Salmo 34 (35)

Ataca, Yahveh, a los que me atacan,
combate a quienes me combaten;

embraza el escudo y el pavés,
y álzate en mi socorro;

"blande la lanza y la pica
contra mis perseguidores.
Di a mi alma: "Yo soy tu salvación.""

¡Confusión y vergüenza sobre aquellos
que andan buscando mi vida!
¡Vuelvan atrás y queden confundidos
los que mi mal maquinan!

¡Sean lo mismo que la paja al viento,
por el ángel de Yahveh acosados;

sea su camino tiniebla y precipicio,
perseguidos por el ángel de Yahveh!

Pues sin causa me han tendido su red,
han cavado una fosa para mí.

¡Sobre cada uno de ellos caiga de improviso la ruina:
le prenda la red que había tendido,
y en su fosa se hunda!

Y mi alma exultará en Yahveh,
en su salvación se gozará.

Dirán todos mis huesos:
Yahveh, ¿quién como tú,
para librar al débil del más fuerte,
al pobre de su expoliador?

Testigos falsos se levantan,
sobre lo que ignoro me interrogan;

me pagan mal por bien,
¡desolación para mi alma!

Yo, en cambio, cuando eran ellos los enfermos, vestido de sayal,
me humillaba con ayuno,
y en mi interior repetía mi oración;

como por un amigo o un hermano iba y venía,
como en duelo de una madre,
sombrío me encorvaba.

Ellos se ríen de mi caída, se reúnen,
sí, se reúnen contra mí;
extranjeros, que yo no conozco,
desgarran sin descanso;

si caigo, me rodean
rechinando sus dientes contra mí.

¿Cuánto tiempo, Señor, te quedarás mirando?
Recobra mi alma de sus garras,
de los leones mi vida.

Te daré gracias en la gran asamblea,
te alabaré entre un pueblo copioso.

No se rían de mí,
mis enemigos pérfidos,
ni se guiñen sus ojos
los que me odian sin razón.

Pues no es de paz de lo que hablan
a los pacíficos de la tierra;
mascullan palabras de perfidia,

"abren bien grande su boca contra mí;
dicen: "¡Ja, Ja,
nuestros ojos lo han visto!""

Tú lo has visto, Yahveh, no te quedes callado,
Señor, no estés lejos de mí;

despiértate, levántate a mi juicio,
en defensa de mi causa, oh mi Dios y Señor;

júzgame conforme a tu justicia, oh Yahveh,
¡Dios mío, no se rían de mí!

"No digan en su corazón: "¡Ajá, lo que queríamos!"
No digan: "¡Le hemos engullido!" "

¡Vergüenza y confusión caigan a una
sobre los que se ríen de mi mal;
queden cubiertos de vergüenza y de ignominia
los que a mi costa medran!

"Exulten y den gritos de júbilo
los que en mi justicia se complacen,
y digan sin cesar:
"¡Grande es Yahveh,
que en la paz de su siervo se complace!""

Y tu justicia musitará mi lengua,
todo el día tu alabanza.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.