ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 29 de mayo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Sirácida 44,1.9-13

Hagamos ya el elogio de los hombres ilustres,
de nuestros padres según su sucesión. De otros no ha quedado recuerdo,
desaparecieron como si no hubieran existido,
pasaron cual si a ser no llegaran,
así como sus hijos después de ellos. Mas de otro modo estos hombres de bien,
cuyas acciones justas no han quedado en olvido. Con su linaje permanece
una rica herencia, su posteridad. En las alianzas se mantuvo su linaje,
y sus hijos gracias a ellos. Para siempre permanece su linaje,
y su gloria no se borrará.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

En la historia de Israel se suceden los que el libro del Eclesiástico llama “hombres ilustres” (cap. 44-50). Desde Henoc hasta el sumo sacerdote Simón, hijo de Onías, que vivió alrededor del 300 antes de Cristo, el autor sagrado hace una lista de los grandes nombres que aparecen en el texto bíblico como pilares de la fe en el Dios de la alianza y la paz. Mirar atrás, hacia la historia pasada, es un estímulo y un desafío para el momento presente. El recuerdo de los padres en la fe no es una nostalgia inútil sino la confirmación de que el Señor siempre ha actuado en las profundidades de la historia humana suscitando hombres y mujeres que fueran, para Israel y también para los pueblos vecinos, guías y modelos de justicia y fidelidad. La historia no es muda ni se juega en un retorno eterno, como si estuviera encerrada en sí misma. La historia es como un camino que se realiza día tras día con la ayuda y la presencia constante del Señor. En esta historia de salvación están los hubo también “hombres de bien, cuyos méritos no han quedado en el olvido” (v. 10). Ellos son una garantía espiritual, una especie de levadura que crece en el momento presente. No podemos vivir sin la memoria de aquellos que nos han precedido. A ellos les fue anunciada la promesa de Dios pero sobre nosotros recae la gracia de esta promesa. Por esto Jesús dice: “Muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron” (Mt 13,17). Se puede decir que “la descendencia” de los hombres ilustres fue muy afortunada, porque ellos quedaron en el umbral de la promesa mientras que nosotros, que hemos conocido a Jesús, hemos entrado por la puerta de la fe y del amor. Había “algo mejor para nosotros” (Hb 11,40), el don de la salvación que nos ha llegado gracias al gran testimonio, el que Jesús dio, “el que inicia y consuma la fe” (Hb 12,2).

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.